Reflejos
Cuando llega a casa, G. se quita el abrigo, lo sacude con cuidado y lo deja en el perchero. Se mira en el espejo. La imagen es muy difusa. Suspira. Vuelve a coger el abrigo y sale refunfuñando por la puerta. Siempre olvida recoger las imágenes que va dejando al pensar.
Dirección equivocada
Todos contentos
Sociedad ecológica
Las bombillas incandescentes se diferencian de las de bajo consumo en que iluminan más y más rápido. Consumen mucha energía (las incandescentes) y son mucho más contaminantes, pero alumbran de maravilla. Yo, que comienzo a tener problemas con la vista, agradezco mucho leer con una luz suficiente e instantánea. Eso de esperar a que la bombilla termine de dar luz y que sea una luz menor me gusta poco.
Y, más de lo mismo, me pasó con los escritores mientras fui joven. Esos que alumbran menos aunque duran más (escritores de best sellers o los que encuentran un hueco en el que mantenerse durante años escribiendo libros y libros, mediocres y mediocres) no me interesaron nunca. Me gustaba abrir el volumen y deslumbrarme para siempre. Y cuando digo para siempre me refiero a para siempre. Hoy sigo estándolo con algunas novelas leídas hace ya muchos años.
No sé si las bombillas incandescentes son tan malas como dicen. No lo sé. Lo que sí puedo afirmar es que las de bajo consumo me impiden leer como quisiera. Los malos profesores (los de bajo consumo) me impidieron mirar las cosas como era preciso. Y los malos escritores hacen que la gente se convierta en bombillas de bajo consumo. Total, que al final, alguien se ha salido con la suya. Todos somos bombillas maluchas para que nadie vea las cosas con claridad. Qué cosas.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
Soledad deseada o no
No creo que exista algo más placentero que la soledad deseada. Eso que te protege del mundo cuando todo se hace hostil, incómodo o ajeno. Eso que te permite sentir que yo soy yo, que lo importante tiene que ver conmigo porque si falto el resto desaparece por siempre jamás.
Querer estar solo, ser solo Llega en el momento de asumir algunas cosas como lo que son, estafas que se convirtieron hace mucho tiempo en forma de vivir.
¿Qué es eso de amar sin límites, amar sin esperar nada a cambio? ¿Qué es eso de entrega total cuando se ama? Si no se ama de esa forma ¿no es amor lo que se maneja? ¿No será que el amor tiene más de nuestra propia vocación (el deseo de ser infinitos cuando somos todo lo contrario) que ese ser por otro o por cualquier otra cosa? El ser humano quiere ser por siempre, por eso se reproduce, por eso quiere a uno y no a otro, por eso desea ser más. Podemos disfrazarlo con amores enormes, con trabajos titánicos, pero lo que queremos es perdurar de forma constante.
Si alguien se plantea algo así necesita de la soledad. Cuando asaltan las dudas, cuando nos planteamos los porqués. ¿Qué pinto yo intentando tener importancia en este mundo? ¿Dónde me lleva semejante idiotez? La soledad es reflexión, es mirar al espejo en el que se puede ver el mismo cadáver de siempre, el mismo que adoramos con frenesí, ese que es (este sí que lo es) nuestro amor verdadero. La soledad es querer ver siempre un rostro en ese espejo. Cuando no sea el mío que sea el de mis genes ordenados de forma parecida, en un volumen leído por muchos, en un epitafio que resuma un esfuerzo.
La única forma de ser es estar solo. Preguntarse contestando con la siguiente cuestión que aparece obligada. Si llegamos al punto en que una contestación sirve y zanja, el camino fue el equivocado. Soledad es sentir que vives, que mueres, que nada quedará salvo un recuerdo en otro. Soledad es verdad. Es yo.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
Reflexión enana sobre el perdón
Todos pagamos el mismo precio por las mismas cosas. Y, casi siempre, es infinito. Eso del perdón no existe. Queda precioso el decirlo, el prometerlo, pero pierde lustre un instante después cuando se hace imposible. Nadie perdona nada. Es verdad que los más hábiles lo arrinconan y procuran no acercarse (se terminan arrimando para no olvidar lo que tienen guardado o para mostrarlo de vez en cuando). Es verdad que el tiempo hace todo un poco más llevadero. Todo eso es tan verdad como que basta nombrar el problema para que todo sea como antes de prometer el olvido.
Caminando despacio
Al cuartelillo
Pesadilla
En el tren

El día ha sido largo. En pie desde las cinco y media de la mañana. Cuando comienzo a escribir este texto parece que nunca hubiera dormido. Son las nueve y veinticinco de la noche. Viajo en tren. De Sevilla a Madrid. El día ha sido largo, muy largo.
Hace ya mucho tiempo que soy mayor para algunas cosas. Los viajes a causa del trabajo que tanto me divirtieron hace algunos años se han convertido en una tortura. Yo lo que quiero es estar en mi casa haciendo lo que más me gusta. Cuidar niños, poder coger mis libros y leer alguna página suelta por la razón que sea, sentarme a escribir o charlar tranquilamente sobre las pequeñas cosas que dibujan mi vida. Hace ya mucho tiempo que me siento mayor para fingir que soy otro más alto, más guapo y más listo. Incluso me siento mayor para ser mayor.
Hacerse viejo es incómodo. Más que nada porque sabes que te morirás más pronto que tarde. Y eso no mola. Pierdes reflejos, ganas en torpeza, la vista se cansa un poco más cada línea que lees, los niños te parecen muy niños (es insultante que alguien nacido en este siglo ya sepa hablar), envidias a los jóvenes; los de tu edad te parecen mucho más viejos, más torpes y más cegatos que tú mismo; y los ancianos te recuerdan que prontito serás eso que ves. Y eso tampoco mola.
Pero lo peor de todo es hacerse viejo en un vagón de tren. Nadie te conoce, nadie se percata de lo que está pasando realmente, nadie quiere saber nada de tu inminente vejez, ni de lo joven que fuiste alguna vez. No soy nadie y aquí no hay un alma. Quiero llegar a mi casa para hacerme mayor rodeado de niños gritando.
Y ahora lo que voy a hacer es envejecer durmiendo. Muchas horas sin dormir. Y el movimiento de tren invita a descabezar un sueño. Ya he tenido bastante por hoy.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano