– Satán, soy Dios. ¿Se puede saber qué pretendes? Tienes almas desperdigadas por todos los rincones. Todas las noches intentan saltar las vallas divinas. O paras esto o vamos a terminar teniendo un disgusto.
– Ya no cabemos aquí, Dios. Te dije que iba a trabajar con la cantera, que era el futuro. Desde pequeñitos, hay que trabajar con ellos desde pequeñitos. Ahora no hay alma que no llegue más negra que un tizón. Yo hago mi trabajo. Haz tú el tuyo.
– Es verdad que aquí llegan pocos, pero no voy a consentir que me llenes esto de manzanas podridas. Dame un par de siglos. Instalaré más templos y mandaré almas para curas.
– Ja, esos si que saben trabajar con ellos desde pequeñitos.
– No seas tan gracioso.
– Es que soy Satán. Bueno, me tendrás que ceder el limbo durante ese tiempo. Si no lo haces ya me contarás qué hago con esta calaña.
– Está bien. Ya no creen en el purgatorio, lo tengo vacío. Dos siglos y me lo devuelves. Sin almas ni nada de eso, claro.
Nunca me había planteado a quién rescataría del infierno para hablar con él durante cinco minutos. Sólo cinco minutos. Ni qué le preguntaría. No sé si me interesaría saber cómo se chamusca un alma por siempre jamás. Intento pensar en quién y en cómo, pero no me motiva ninguna de las respuestas que encuentro.
Si me planteo invitar al mismísimo diablo no puedo evitar sentir cierto aburrimiento. Imagino lo que podría decirme y no me interesa lo más mínimo. Leyendo un periódico me basta, me puedo hacer una idea de lo que puede ser un infierno, sus habitantes y las razones por las que uno puede llegar allí.
He pensado en asesinos en serie, padres maltratadores, dictadores brutales. Pero no me motiva en absoluto.
Según escribo voy pensando en las diferentes posibilidades. Una de ellas me da miedo. No me paro donde me la encuentro. Busco aquí y allá aunque sé que me espera. Porque es la que más me gusta.
Nunca sé que es lo que quiero decir cuando comienzo a escribir. Por ello lo hago. Necesito saber y escribo. Necesito ordenar y escribo. Sé que hacerlo, a veces, es doloroso. Ahora. Es intuitivo. Quisiera dejar la estilográfica sobre la mesa, levantarme para ir hasta el salón, mirar la televisión. Pero no dejo de hacerlo.
Quiero saber en lo que podría convertirme. Mirar sus pupilas dilatadas para descubrir un futuro que trato de esquivar cada día. Quiero saber porque le detesto tanto, si tengo derecho a sentir algo así. Sería suficiente mirar. Ni una palabra.
Desde hace años le tengo prohibido acercarse a mí. A él. Pero existe del mismo modo que existe el infierno. Odio y miedo a partes iguales.
Ahora que ya sé qué es lo que necesito saber es cuando comienza el trabajo. Anoto en la agenda la idea. Relajo los músculos del cuello. Cierro los ojos. Imagino el camino que tendré que recorrer a solas sabiendo que el final es cruel. Aunque quiero hacerlo, necesito hacerlo.
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