Rompiendo la tela de araña
No soy el hombre que ella pretende. Pero
esto es totalmente verdad: el pasado está
distante, es una costa que se aleja,y
todos estamos en el mismo barco,
un cañamazo de lluvia sobre las sendas del mar.
Con todo, ¡querría que no siguiera
diciendo esas cosas de mí!
Durante la larga singladura
nada excepto la esperanza permite seguir, luego
hasta eso afloja su presa.
No hay suficiente de nada,
mientras vivimos. Pero a intervalos
aparece una dulzura y, si se le da la oportunidad,
prevalece. Es cierto que ahora soy feliz.
Y sería estupendo que ella
consiguiera contener la lengua. Dejar
de odiarme porque soy feliz.
Echándome la culpa de su vida. Me temo
que en su mente estoy mezclado
con otra persona. Un joven
sin carácter, viviendo de sueños,
que juró que la querría siempre.
El que le dio un anillo, y un brazalete.
Que decían: Ven conmigo. Confía en mí.
Cosas de ese tipo. Yo no soy ese hombre.
Ella me confundió, como dije,
con otra persona.
Me apetece reflexionar para escapar de esta tela de araña.Nos anclamos a lo que fuimos, ellos y nosotros, a lo hecho aunque fuera sin otra intención que la de sobrevivir, a un pasado que creemos igual para todos porque necesitamos compartir el rastro oscuro, a la promesa que seguimos guardando entre los viejos apuntes. Queremos ser lo mismo que nos gustó, que los demás sean idénticos a lo que fueron aquel día en el que nos abrieron la puerta de un mundo único y exclusivo.El mundo cambia. Y el mundo somos nosotros. Tratamos de meter los recuerdos en una urna para que se mantengan como hubiéramos deseado que fuesen. Pero los recuerdos no somos nosotros. Ni otros.Nos quedamos atrás. Con el pensamiento fatigado. Sin remedio.Aunque existe una posibilidad entre un billón. En esa quiero creer. Puede que una mañana nos levantemos y recordemos lo que fuimos. Sólo así podemos ser la misma cosa. Mundo, recuerdo, lo que quisiste ver ese día. Sólo así el mundo puede escribir historias que terminen en amor.Un buen poema, una tela rota, un buen mundo hasta el que dejarse llevar.
Operación pañal
El joven Guzmán está viviendo su primer gran reto. Todos los adultos que le rodean intentan que deje de utilizar pañal. He de confesar que yo no. Me parece que no es el momento. Demasiado pronto. Pero en la guardería han comenzado y eso ha hecho que la maquinaria comenzase a funcionar. De momento el saldo es negativo. Algo ha hecho estando sentado en el orinal, pero poco. El resto en lugares diversos que van desde el salón al portal de casa.
Le pasa a Guzmán lo mismo que a todos nosotros cuando nos enfrentamos con las cosas a destiempo. Cada año conozco a un buen número de personas que no leen un libro ni aunque les torturen. Creen, desde el convencimiento absoluto, que la lectura es un esfuerzo, un coñazo, algo con lo que no hay que perder un solo minuto. Suelo preguntar, siempre que puedo, para intentar descubrir la razón de esa fobia. Y es muy habitual encontrarse con un problema que arrastramos hace muchos años. El que ha tenido que leer “La Celestina” o “El Quijote” por obligación no ha vuelto a leer por placer. Le enseñaron que leer servía para aprobar y una vez que los estudios acabaron la lectura desapareció. Eso en el mejor de los casos. Es mucho más frecuente topar con individuos que tienen esto del leer por algo espantoso y no hicieron el esfuerzo de acercarse a los libros cuando se lo exigían. Esos ni obligados ni sin obligar.
Desde luego a mis alumnos no les pasa eso. Leen a Cervantes y lo hacen bien, pero leen a Carver que les gusta más. Alternamos lo que para ellos es un tostón con libros mucho más cercanos, de lectura más cómoda, más placentera si el lector es un muchacho de quince o dieciséis años.
No descubro nada del otro mundo. Intentar asomarse a la literatura leyendo a James Joyce es un disparate. Cada libro tiene su momento para ser leído. Por eso cuando abrimos uno cualquiera y somos incapaces de pasar de la segunda página lo mejor es cerrarlo y ponerlo en lista de espera. Es esa una costumbre muy saludable.
He decidido comprar al joven Guzmán un par de libros de su edad, de esos que tienen pulsadores y las hojas de cartón muy grueso. El pobre está viviendo su primer gran reto y no quiero que se enfrente a libros para niños mayores. Bastante tiene con poner cara de “se me ha escapado” cada dos por tres. A ver si se va a estresar la criatura.