Si los niños son de los padres ¿pueden ponerlos a la venta?
Autor desconocido. Una mujer oculta el rostro mientras ofrece en venta a sus hijos durante la 'gran depresión'. No se ha podido verificar autenticidad. |
Que todos tenemos derecho a
opinar es una realidad y es algo que deberíamos considerar casi sagrado. Tanto
como la obligación de estar bien informados y formados, la de construir un
criterio personal cimentado en el territorio de la sensatez, de la prudencia y
de la búsqueda del bien común. Cualquier cosa que no sea así nos arrastra a hacer
el ridículo. Leo lo que se dice en redes sociales o en la televisión o en la
radio y me llevo las manos a la cabeza. Busco algún ejemplo en la maraña en la
que se convierte la memoria con el paso de los años.
No sé si recuerda usted unas
declaraciones de la que fue ministra de educación, Isabel Celaá, en las que decía
que ‘no podemos pensar que los hijos pertenecen a los padres’. En aquel momento
se organizó la de San Quintín entre los que señalaban a los socialistas del
Gobierno de España (como si fueran locos peligrosos que se dedicaban al robo de
niños) y los que afirmaban que, efectivamente, los niños no son propiedad de
los padres. Fue muy curioso comprobar que los mismos que criticaban a la
ministra de educación se declaraban cristianos y decían que el ‘social
comunismo ateo’ no podría con sus familias; y que los progresistas se sumaban a
la idea de la ministra para seguir cimentar una ideología alejada de lo rancio
y de la peligrosa religión; y fue curioso porque durante el Angelus celebrado
el 31 de diciembre de 2017, el Papa Francisco dijo que ‘todos los padres son
custodios de la vida de los hijos, pero no propietarios y deben ayudarlos a
crecer, a madurar’. El mundo al revés ¿no? Católicos contra lo dicho por el
Papa y socialistas alineados con la doctrina que tanto rechazan (al menos, de
forma general).
Decir que los hijos no pertenecen
a los padres no significa que se afirme que son del Estado. Todas las personas,
independientemente de su edad, sencillamente, no son propiedad de nadie. Otra
cosa bien distinta es que, lógicamente, los padres cuiden de sus hijos, que
puedan decidir por ellos durante un tiempo determinado; otra cosa bien distinta
es que cuidemos unos de otros porque para estamos aquí.
¿Cómo hacemos eso; cómo velamos
por los intereses de los niños y niñas? Pues, entre otras cosas, asumiendo las
reglas del juego, es decir, las leyes. Eso significa que somos libres, pero no
podemos hacer lo que nos venga en gana.
Los niños tienen garantizada en
España, desde que nacen, la educación. Y lo que dice la Constitución española y
la ley es eso y que los consejos escolares (en los que los padres y madres
están representados) aprueban las actividades complementarias en horario
lectivo siendo de obligado cumplimiento. Es muy sencillo.
A los padres que defienden el
‘pin parental’ habría que preguntarles si, por ejemplo, les parecería bien que
los Gobiernos cediesen y dejasen en manos de los padres y madres la decisión de
vacunar a sus hijos. Del mismo modo que algunos dicen que quieren garantizar
que sus hijos reciben en el colegio lo que está dentro de sus convicciones,
podríamos aceptar que vacunar a un hijo es cosa de los padres y de sus
convicciones. No parece que tenga demasiada lógica.
Los niños deben ser educados de
acuerdo a lo que dice la ley. Los padres deben tener el derecho a llevar a sus
hijos al centro escolar que prefieran en absoluta libertad. Ambas cosas son
indiscutibles. Como también lo es que no se produzcan injerencias de los padres
en el trabajo de los profesores, en las programaciones realizadas por
profesionales.
Hablando con un amigo que vive
lejos de España, me ha preguntado si es que en los colegios españoles se ve
porno o se hace vudú en clase o es obligatorio que los niños se declaren gais.
No entiende nada de lo que está sucediendo y le parece disparatada la actitud
de algunos colectivos de la comunidad educativa. Le he contestado que no, que
aquí lo que pasa es que seguimos enfrentados y que no tenemos remedio. Nos
seguimos retando a bastonazos. Y me ha preguntado si mis hijos son míos o del
Estado y ya le he dicho que mis cuatro hijos no son un vagón de tren o una
instalación deportiva; que son personas libres; que no son propiedad de nadie.
G. Ramírez
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