Somos inmensamente insignificantes

Mercurio fotografiado frente al sol.

Nos tomamos muy en serio a nosotros mismos. Y rozamos el ridículo haciéndolo.

Somos hijos del no y queremos seguir pareciendo importantes, intocables e inmutables. Vivimos dentro de una civilización en pleno declive y seguimos peleando por nuestra parcela personal mirando por encima del hombro al resto de la humanidad. Más arrogancia es imposible.

Sí, somos hijos del no. Hace algunos siglos descubrimos que el centro de todas las cosas podía no ser Dios; de hecho nos cargamos lo divino y pusimos en su lugar la razón, a nosotros mismos. Dios, una pata de la mesa sobre la que reposaba la existencia humana, desaparecía para siempre. Veníamos de descubrir que la Tierra no era el centro del universo, que, al contrario éramos un pobre planeta que giraba alrededor del sol. Todo se desmoronaba. Y cuando ya nos conformamos con que nuestra razón fuera el centro del universo, lo importante, Freud nos dijo que no, que ni hablar, que la razón era una pequeña cosa que resultaba insignificante frente a lo que no sabemos o controlamos de nosotros mismos. En fin, un no tras otro incluido el ser humano como eje de la realidad. Somos lo que ha resistido el desastre. Y nos creemos los reyes del universo, la única vida inteligente, lo único importante.

España es respecto al planeta Tierra una parte diminuta. La Tierra es un planeta muy pequeñito respecto al sistema solar y, por su puesto, enano, casi inmaterial, respecto a la Vía Láctea. Pero es que el universo está lleno de galaxias, tantas que son difíciles de intuir. Somos insignificantes.

Sin embargo, nos podríamos matar unos a otros discutiendo la figura de Pedro Sánchez, sus pactos y sus miserias; nos rasgamos las vestiduras si en el Estadio Santiago Bernabéu se pita una falta injustamente. Creemos que ese amor no correspondido que nos toca sufrir es el motor del mismísimo universo o que somos parte de la Historia porque hemos corrido (en nombre de una patraña cualquiera) delante de otro hombre vestido de policía con una porra en la mano. Parece que nos jugamos la vida haciendo campaña en redes sociales contra el concursante de un reality. Todo resulta patético.

La eternidad ya no tiene sentido ni hueco en nuestras vidas; ni nada que no podamos comprar, fotografiar o pisotear para demostrar nuestro súper poder sobre las cosas.

Digo todo esto porque he tenido la desgracia de ver un informativo en televisión. Y eso son palabras mayores. Los efectos son incontrolables.

G. Ramírez

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