Gisèle Pelicot es una obra de arte

Gisèle Pelicot. / Alexandre Dimou

Gisèle Pelicot es la mujer que ha logrado colocar el sentimiento de vergüenza en el lado de los hombres. Con elegancia, con discreción, con amabilidad. Y es que si se produce una agresión sexual la víctima es la mujer y no hay más que hablar. No hay posible debate y ya va siendo hora de dejar claro algo tan evidente.

Violaron a la señora Pelicot cincuenta y un hombres en repetidas ocasiones. Cincuenta y un hombres. Su marido fue el que abrió la puerta de su casa para que esas agresiones se produjeran mientras ella se encontraba inconsciente a causa de las drogas que él le suministraba. Y, ahora, cualquier persona con un mínimo de sensibilidad, contempla la imagen de una mujer que ha sido valiente hasta más no poder, de una mujer que ha marcado un antes y un después en el universo que se construye sobre las relaciones entre hombres y mujeres; y sin remedio debe hacer una reverencia a esta mujer. En concreto, los hombres debemos mirar a la señora Pelicot como si fuera una obra de arte que representase lo peor de nosotros, las sombras más opacas con las que tenemos que vivir los hombres de todo el mundo, pero una obra de arte al fin y a la postre. Desde luego, deben hacerlo los que cometen ese tipo de agresiones propias de una bestia; pero, también, los que no hacemos nada al escuchar frases delirantes en las tabernas que quieren hacer de una violación un chiste, los que no damos un golpe en la mesa al ver cómo se cometen injusticias en las empresas si las mujeres no ceden antes las presiones machistas, los que no damos demasiada importancia a esas agresiones que parece que nos quedan lejos. Ni un chiste debemos consentir, ni un comentario por inocente que quiera parecer.

Efectivamente, es vergonzante lo que ha pasado. Y es terrible saber que vuelve a ser el hombre el causante del daño (y cuando digo hombre no me refiero al conjunto de hombres y mujeres sino al varón), y es terrible saber que en este mismo instante alguna mujer está siendo violada en el mundo, alguna está siendo secuestrada y nunca más volverá a casa, alguna está siendo obligada a prostituirse bajo amenazas o siendo engañada.

Al que ha sido marido de la señora Pelicot, durante más de cincuenta años, le han caído veinte años que es la pena más alta posible en Francia para estos delitos. Al resto (salvo a tres de los acusados que han sido absueltos) les han condenado a diversas penas, pero no es suficiente. Todo parece poca cosa puesto que el delito es inhumano, cruel, destruye la dignidad de la persona y nos hace bajar algunos peldaños de esa escalera que debería llevarnos a evolucionar como especie.

Hay que dar las gracias a la señora Pelicot por su valor y por haber puesto la vergüenza del otro lado. Porque ya era hora.

Por cierto, las sociedades modernas están enfermas. Deberíamos dar una vuelta a todo esto, sacar conclusiones y cambiar un poquito. Es un bochorno en lo que nos estamos convirtiendo.

G. Ramírez

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