¿Juzgar a los suicidas? Mal negocio
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El suicidio se ha convertido en
la causa de muerte no natural más importante entre los jóvenes españoles; cada
día más de un millón de personas se suicidan en todo el mundo. Datos que tiran
de espaldas. Son solo un par de ejemplos
aunque las cifras resultan tan imponentes como vergonzantes para las sociedades
actuales. Sobre la mesa se encuentra el debate sobre la importancia de una
salud mental adecuada y el poco cuidado que estamos teniendo con un problema
que, si ya era profundo, con la pandemia se multiplicó y agravó de forma
alarmante.
Eso sí, si se habla del suicidio,
automáticamente, se juzga a las personas. Y si la frialdad de las estadísticas
y de las cifras es molesta, el juicio gratuito, prematuro e inconsistente,
resulta obsceno y estúpido.
Mi hermano se suicidó hace algo
más de veinticuatro años. Todavía hoy, mi madre es incapaz de hablar sobre la forma de
morir de mi hermano, le aterra hablar del suicido en general. Mi padre murió
tres años después que mi hermano y, seguramente, todo se precipitó porque nunca
fue capaz de asimilar lo que sucedió. En mi caso, ocurre todo lo contrario. Si
mis hijos han querido hablar sobre ello lo he hecho (alguno se ha hecho el
sueco, otros no); procuré verbalizar lo ocurrido y sus consecuencias, en
público y desde casi el principio, intenté encontrar fórmulas que me
permitiesen expresar lo que sentía en cada momento. La carga de los porqués
infinitos e insoportables y las celdas que se construyen con el reproche es
algo que un padre de cuatro hijos no se puede permitir porque eso te impide
vivir con normalidad y escapé de ellas como buenamente pude. Solo cuando pasó
el enorme enfado con mi hermano y solo cuando dejé de preguntarme por todo
aquello que me había golpeado sin compasión, fue cuando logré avanzar. Ya he
confesado que ocurrió pronto puesto que no tenía tiempo. Si quieren pueden
llamarlo puro egoísmo aunque ya les adelanto que cualquier etiqueta es un
error.
Nunca juzgué a mi hermano. Nunca
he aspirado a comprender la razón por la que se quitó de en medio. Por supuesto,
no he tratado de encontrar explicaciones en el ámbito religioso porque en ese
territorio sé que solo se juzga y se trata de castigar con el fuego eterno. Fue
su decisión. Eso es todo. Y sigue siendo mi hermano. Le quiero igual que antes
de aquel día y sigo siendo capaz de ver las cosas que no me gustaban de él.
Nada ha cambiado. Lo único que tengo claro, sea como sea, es que él ya no podía
más y necesitaba acabar con un sufrimiento brutal. Mi hermano buscó el
descanso.
Me espanta escuchar a los que
tachan a los suicidas de cobardes. Creo yo que el suicidio es una forma de
enfrentarse a la existencia que es de todo excepto cobarde. En cualquier caso,
la falta de empatía de los que señalan de este modo es formidable. Me sobrecoge
la falta de empatía de los que envían el alma de los suicidas al infierno, a un
fuego eterno que imaginan como purificador (qué forma de ver las cosas, qué
falta de conocimiento filosófico y, también, religioso; qué pena pensar así).
Me resulta ridículo que se trate un asunto tan delicado en las barras de las
tabernas mientras alguien se mete medio litro de alcohol entre pecho y espalda
sabiendo que alguien le espera en casa atiborrándose de ansiolíticos (no saben
que son carne de cañón). Todos somos candidatos y todavía no lo sabemos.
En mi caso, todos los porqués
están bajo tierra. Se los llevó mi hermano sin querer dar explicaciones. Sus
razones tendría. Todos los rencores que me sepultaron al principio (sí, no
entiendes y lo primero que haces es pensar en que te han jodido la vida sin
compasión) se han ido difuminando con el paso del tiempo. Y, ahora, lo único
que intento es salvarme de la quema y estar pendiente de los que tengo
alrededor por si alguno se coloca al borde del abismo. Si de algo sirve vivir
el suicidio de alguien es que aprendes a interpretar actitudes, señales y
peticiones de auxilio que no lo parecen. Eso sí, sin juzgar y sin ir de listo;
procurando ayudar a los profesionales (psiquiatras y psicólogos,
principalmente) y a los familiares de los que se acercan a un territorio
desconocido para casi todos.
Se puede opinar sobre si una
jugada de un partido es o no fuera de juego; se puede opinar y se puede juzgar
con moviolas o el VAR o cómo se llame. Pero al que se suicida... Eso supone un
atrevimiento estúpido.
G. Ramírez
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