No regalemos perros esta Navidad
Gaia en el Parque del Retiro (Madrid) |
Voy a decir algo que es muy poco
popular, lo sé: el noventa y cinco por ciento de las personas que tienen un
perro en casa no debería tenerlo.
Llegan las navidades y serán
miles los cachorros que se compren o que se adopten para convertirse en un
regalo. Es un mal comienzo. Regalar un animal indica una enorme falta de
conocimiento sobre lo que significa tener en casa un corazón que
late como el de cualquier ser vivo, incluidas las personas. El compromiso con el
animal ha de ser inquebrantable y, como todo el mundo sabe, un regalo puede
gustar o no, puede ser devuelto o no, o puede recibirse para dejarlo en
cualquier rincón de la casa. No hace falta decir que si el regalo es un animal
eso no puede ser. El perro necesitará atención, cuidados que representan un
coste determinado que no todo el mundo puede afrontar, mucho tiempo robado para
pasear haga viento, llueva o haga un calor insoportable. El final de estas
relaciones tan forzadas es el abandono del perro.
Por otra parte, no son pocos (en
realidad forman un ejército) los que humanizan a los perros, los que tratan al
animal como si fuera un niño. Y no, los perros son perros y deben tener vida de
perro, lo que no significa tener una mala vida. Un perro puede vivir de
maravilla sin lucir joyas, sin tener un asiento en la mesa, sin ir a la
peluquería una vez a la semana (esto es muy malo puesto que la grasa que recubre a los perros va desapareciendo poco a poco y el animal pierde una defensa natural insustituible) o comiendo su pienso y, solo con cuidado, alguna
chuchería. El perro que no tiene vida de perro no entenderá gran cosa de lo que
le pasa. Veo con estupefacción pasear a los perros como si fueran de cristal.
Es bueno tener cuidado para que no se escapen o se peleen entre ellos,
pero deben correr, olisquear (les estimula mucho), subirse a muretes o bancos
de la calle, encontrarse con otros perros para conocerse… No son de porcelana.
Es evidente que los perros no son
un juguete a pilas que cuando se acaban desaparecen. Hay que alimentar
a diario al perro, hay que pasear con él durante un par de horas cada día, hay
que visitar al veterinario para que los vacunen, desparasiten y hagan un seguimiento
del animal… Tener un perro en casa cuesta un dinero; yo diría que, actualmente,
un perro es un artículo de lujo. Entre otras cosas por la cantidad de tontería
que gastamos con ellos. Como creemos que son personas, el negocio se convierte
en una cosa envidiable para veterinarios y tiendas de comida y juguetes para
mascotas.
Tener un perro en casa constituye
un cambio radical en la vida de las personas. Todo se organiza alrededor del
perro. Viajar en avión se convierte en un problema, las vacaciones se programan
de un modo distinto, los horarios del día a día se desmoronan desde el primer
momento… Un perrito en casa cambia el mundo entero. Así de sencillo. Y, claro,
algunos lo descubren con el cachorro ya en casa. No hace falta decir que no todo
el personal es capaz de asumir ese cambio y acostumbran al animal a una vida
que se verá truncada poco después cuando salir de copas con frecuencia,
remolonear en la cama o viajar los fines de semana sean más importantes que la
vida y el bienestar del perro.
Tener un perro es un problema
enorme. En eso la cosa sí se parece a tener un hijo. Y, del mismo modo que no
abandonamos a los bebés en una cuneta, no debemos hacerlo con un perro. Yo creo
que como regalo es mejor ser tradicional y elegir una tostadora o un anillo, un
buen libro o una tablet.
G. Ramírez
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