Españoles: Franco ha muerto; celebremos nuestro futuro
Dicen que Franco ha muerto. ¿Es eso verdad? ¿Es cierto eso que dicen del
Gobierno de Pedro Sánchez, eso que tiene que ver con mantener la figura de
Franco viva para arañar votos en algún caladero de votos por pequeño que sea?
¿Se está blanqueando la figura del dictador por parte de algunos que no habían
nacido cuando él murió? ¿Está congelado dentro de un frigorífico en un pueblo
de Albacete junto al cuerpo de Walt Disney?
Franco ha muerto y, desgraciadamente, con él muchas cosas valiosas que ya nadie podrá recuperar.
Yo tenía once años cuando parecía que el mundo se hundía sin
remedio, cuando un tipo nos anunciaba a los españoles (entre lágrimas y con
cara de pena infinita) que Franco se había muerto. En una cama de hospital,
dejando todo atado y bien atado. Tenía once años y sufría en primera persona el
nacional catolicismo que convertía a los niños de la época en unos tarados. Las
mujeres eran seres de segunda con las que había que tener cuidado, casi todo
era pecado, el sexo era la manifestación demoniaca más clara y terrible. Nadie
quería salir de España porque como aquí no se vivía en otro lugar, los idiomas
eran cosa de snobs y rojazos. Estudiar tampoco era una cosa tan imprescindible como lo es
ahora; un buen trabajo en una buena empresa era más que suficiente (un banco o El Corte Inglés eran las
opciones preferidas de padres, madres y abuelos). Éramos unos paletos que no
podíamos mirar más allá de nuestras propias narices y estábamos convencidos de ser
el centro del universo (porque para eso Franco nos había dotado de una
educación elitista y de oportunidades únicas en el mundo). El mundo era tan pequeño
como nuestra capacidad de análisis. Solo se leía la moralla que Franco y sus
censores creían que era inofensiva. La música se reducía a la copla más casposa
y el jazz o el pop eran rarezas de extranjero majara.
Y así, con esos mimbres, se empezó a dibujar la libertad en
el horizonte. Cuando ya no había remedio y las secuelas se agarraban a la
consciencia de decenas de miles de jóvenes que tendrían que buscarse la vida
para despojarse de ese peso en la medida de lo posible.
Todo estaba prohibido, los maricones eran maleantes, en los
cuarteles te podían salpicar un par de hostias los sargentos chusqueros, hacer
política era (para algunos) perseguir rojos por los parques para matarles a palos, los medios de
comunicación eran panfletos vergonzosos y la religión se había convertido en la
tortura más violenta para una forma de ver el mundo que apenas se mantenía en
píe si se dirigía a las periferias.
Franco y todo lo que representa es una catástrofe para el que escribe. Pero yo no voy a celebrar su muerte. Prefiero celebrar mi libertad y cuidar de lo que nos queda de democracia; celebrar que he sobrevivido a una educación lamentable y provinciana. Dejo ese tipo de numeritos a los políticos porque ellos necesitan de esas cosas para seguir viviendo del cuento. No pienso gastar energía en recordar su muerte. Prefiero pelear que la Historia se escriba desde la verdad.
Españoles: Franco ha muerto. Españoles: sigo vivo.
Españoles: no dejemos que se olviden las cosas que tanto daño causaron, pero no
dejemos que eso nos impida avanzar.
G. Ramírez
Comentarios
Publicar un comentario