No hay tonto bueno
No hay tonto bueno.
Si alguien encuentra a un sujeto
tonto perdido que no trata de defenderse desde su castillo edificado sobre la
mediocridad, que no se pasa la vida intentando hacer daño a todo aquel que
brilla por alguna razón; si alguien lo encuentra que lo diga y ya me encargo de
encontrar un premio adecuado para entregarle.
Como sé que alguno ya estará
pensando en que existen personas con alguna discapacidad o algún problema
mental que les impide desarrollar su inteligencia con normalidad, tengo que
añadir que me refiero a todos aquellos que partiendo en igualdad de condiciones
desde el mismo lugar se quedan a medias, no quieren progresar y encima presumen
de ello. Lo que viene a ser un tonto de capirote. Así que nadie debe
molestarse. Por cierto, ya les avanzo que los tontos de remate que lean esto no
se sentirán indignados porque creen ser mucho más listos que los demás; creen
ser lo más de lo más.
El mediocre (al final todos estos
bobos son mediocres y el término puede encajar el arco completo, por lo que, de
aquí en adelante, me refiero a ellos con este término) siempre está al acecho
para que no le descubran. Copan empresas, iglesias, clubes, foros y Gobiernos y
han desarrollado gran astucia para esconder lo que son. Son una masa informe
que defiende con uñas y dientes el reino de la mediocridad y que se compone por
los que se rodean de otros que son más mediocres que ellos mismos. Los mediocres
se premian entre ellos y presumen de estar al frente con orgullo (los que lo
están, claro).
No hay tonto bueno y da la
casualidad que han invadido todo el territorio conocido, a poquitos. Señalan a
los inmigrantes por ser una especie de marabunta que va a destrozar nuestra
patria (cómo les gusta esa palabra; cómo la pronuncian, con qué devoción; dicen
patria como si los demás no la tuviéramos o algo así; y que nadie piense en que
me refiero a una ideología concreta. ¿Recuerdan a Pablo Iglesias hablando de la
patria? Pues eso), pero los inmigrantes son unos aficionados comparados con los
mediocres.
El arma preferida de los
mediocres es la maledicencia. Bien saben ellos que hablar mal de alguien suele ser
demoledor. Y si se repite la operación un par de veces o tres, la cosa es
irreparable.
Los mediocres suelen ser miedosos
ante situaciones de cambio. Cualquier modificación en su espacio de confort les
parece una agresión, un peligro que les puede causar enormes problemas. Si no
ejercen un control absoluto sobre lo que ocurre a su alrededor se ponen
enfermos. Insisto en que se pasan la vida ocultando su verdadera condición
puesto que sería su perdición el ser descubiertos. Por ello no quieren oír
hablar de integración de inmigrantes o personas con discapacidades, no quieren
escuchar nada sobre la diversidad sexual y su normalización; por ello son
capaces de despedir o hacer que despidan a esos empleados o compañeros de
trabajo que llega con nuevas ideas, por ello critican cualquier brillo en otros
que pudiera desviar las miradas de su imagen acartonada.
Los mediocres forman una masa
informe aunque, al mismo tiempo, son un ejército organizado y muy peligroso. El
gran mediocre sabe qué es lo que quieren escuchar sus tropas, cuáles son sus
miserias, sus fantasmas y sus miedos, y ese líder se pone al frente para
dibujar un mundo en el que la necedad funciona como combustible eterno.
Mire a su alrededor, por favor.
¿Cuántos mediocres ve usted que se manejan de maravilla, como si fueran mentes
privilegiadas, seres eficaces o tuvieran unos conocimientos enormes sobre lo
que hacen a diario? ¿Cuántos hombres están por encima de las mujeres (siendo
perfiles parecidos) en un escalafón en el que los más tontos cuidan de sus
aprendices? Los mediocres se ceban con las mujeres. Y las mediocres,ellas,
tristemente, también.
En fin, estamos en manos de ellos
y un puñado de ellas. ¿No me creen? Echen un vistazo al panorama político
nacional e internacional, valoren el trabajo que hace el sacerdote de su
parroquia, observen con atención todo lo que se mueve en su ámbito laboral,
piense en esa mesa tan bonita que ocupamos en Navidad junto a la familia… Es
desolador, ¿verdad? Del todo, sí. Vivimos en el paraíso de los idiotas. Y no
olviden que no hay tonto bueno porque es fundamental para poder sobrevivir.
G. Ramírez
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