Nuestra santa irrelevancia y el calentamiento global
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Si mira usted a su alrededor
comprobará algo insólito. Lo que hace un tiempo era un hervidero de activistas
y simpatizantes de la causa común que busca salvar el planeta Tierra, ahora, es
un solar. Es como si hubiera desaparecido la humanidad entera, es como si los
medios de comunicación hubieran dimitido de su compromiso con la noticia
(aunque no genere un gran número de visitas en la web). Ni siquiera se pueden
ver políticos buscando un puñadito de votos o empresas, contaminantes a más no
poder, intentando una expiación rentable y duradera (alguna cambia de color su
logo, el nombre y poco más). No queda ni rastro. Tan solo usted y yo, y esos
ciudadanos de todo el mundo que sin hacer ruido separan la basura para que se
pueda reciclar, apagan los aparatos eléctricos y la luz de las casas para que
no se consuma energía de forma innecesaria, cierran los grifos intentando no
gastar más agua de la necesaria y tratando de aprovechar hasta la última gota de
lo consumido. Ay, esos primeros litros de agua que perdemos cada mañana en las
duchas. ¡Qué bien les vendría a las plantas que tenemos en casa!
Ni los activistas, ni los
políticos, ni las empresas, lograrán conseguir sus objetivos sin la
colaboración de cientos de millones de personas que hacen lo que tienen que
hacer día a día, sin manifestarse, sin mítines, sin intereses de ninguna clase.
Las civilizaciones actuales son
lo que son gracias al esfuerzo de ‘los invisibles’, de los que trabajaron,
trabajan y trabajarán, sin descanso y en silencio.
Por eso, no hay que preocuparse
si el show está en pleno descanso porque el trabajo se sigue haciendo en el
mundo entero. Buscar el bien común en silencio es muy saludable y tan lícito
como hacerlo con una pancarta en la mano; aportando lo poco que somos,
entregando nuestra insignificancia a una labor que salvará el planeta y, por
tanto, facilitará la supervivencia de la especie.
Nuestra insignificancia se
convierte, así, en un dios todopoderoso sin el que nada sería posible.
Enhorabuena, queridos, por su santa irrelevancia.
G. Ramírez
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