Un enorme marrón para los jóvenes
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El ser humano es un animal muy
extraño. Habla. Reflexiona. Y puede negar la existencia de Dios al mismo tiempo
que cree firmemente que si pasa bajo un andamio se quedará viudo; es capaz de
llegar a la luna enviando un artefacto maravilloso al mismo tiempo que quema
una superficie extraordinaria e improbable de selva y bosque en todo el mundo.
El ser humano es tan maravilloso como mezquino; el ser humano es tan
extraordinario por su pensamiento reflejo como tontaina por sus actitudes ante
situaciones definitivas. Según salga el sol, las cosas pueden ir de lo
exquisito a lo vomitivo.
Siempre pareció que el objetivo del ser humano era conquistar un territorio y destrozarlo. Sigue pareciéndolo. Las termitas se diferencian de nosotros en muy poca cosa.
Eso sí, ante la pena, el dolor, el asco o el hambre y la nada, el ser humano siempre elige la pena, el dolor, el asco o el hambre. Nunca la nada o el pasar por el mundo de puntillas. Eso es lo que le hace especial. Sabe lo que es una cosa u otra y es capaz de reflexionar sobre lo que tiene enfrente.
Digo todo esto porque ante el desastre ecológico que vivimos en la actualidad (hemos destruido más en los últimos cincuenta años que en los cincuenta mil años anteriores), ante el desastre social que hemos vivido desde las cavernas hasta hoy mismo; y ante la que nos viene encima en el ámbito económico (superamos una crisis brutal tras otra y no ha cambiado nada de nada), será el ser humano el que encuentre una solución. Siempre nos hemos terminado apañando y los jóvenes de ahora serán los encargados de arreglar el desaguisado que les dejamos como herencia. Los jóvenes. Menos mal que existen y son capaces de mirar estupefactos lo que hemos hecho hasta ahora en el planeta Tierra.
G. Ramírez
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