Anabel Pantoja y lo rutinario

Anabel Pantoja. / Imagen de Instagram

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Lo rutinario en las urgencias de un hospital es explorar al paciente, decidir si ingresa o no, dictar el tratamiento y punto. A partir de ese momento, o a casa o al quirófano o a una unidad concreta del hospital o allá donde sea necesario. 

Tengo cuatro hijos y muchos sobrinos. No sabría decir las veces que he tenido que cruzar el umbral de la puerta de urgencias del Hospital Niño Jesús de Madrid. Procesos víricos, heridas por caídas (algunas de ellas de cierta gravedad), lesiones realizando deporte (aparatosas casi siempre), bronquitis… Y jamás pusieron en marcha un ‘protocolo rutinario’ por posible maltrato infantil por las lesiones que presentaban los críos. Jamás.

Los protocolos establecidos para la prevención y detección de maltrato infantil son una cosa muy seria que sólo se activa cuando el personal sanitario que atiende al niño tiene dudas sobre lo que ha podido pasar para que el niño presente una lesión determinada, cuando existen indicios de alguna anomalía que haga sospechar a los médicos o enfermeros, cuando lo que dicen los adultos no concuerda con lo que ellos detectan. Un protocolo de esta naturaleza no tiene nada de rutinario.

No tengo ni idea de qué ha podido pasar en el caso del bebé de Anabel Pantoja. Espero que se recupere la cría y confío en que todo se aclarará. Ojalá sea una falsa alarma puesto que el maltrato infantil está creciendo de forma alarmante y un caso más (cualquier caso) es insoportable para una sociedad. No tengo ni idea de lo que ha podido pasar (no hay medidas cautelares y eso es buena señal), pero vuelvo a confirmar que Anabel Pantoja es un personaje muy peligroso… para ella misma. Equivoca los términos y termina desplegando un discurso confuso, opaco y ridículo; cree que eso de ser influencer le permite decir idioteces sin parar a un coste cero; que puede ser famosa para unas cosas y otras no; que puede hacer cualquier cosa puesto que está protegida por un ejército de fans.

Anabel Pantoja no es escritora, ni escultora, ni actriz, ni una ingeniera de caminos con gran proyección. Anabel Pantoja es la sobrina de una tonadillera que se abrió camino en un programa repleto de indigentes culturales, de personas capaces de triturar a otros para poder seguir trabajando. Ha llegado a explotar la ridiculez más absoluta haciendo deporte o bebiendo más de la cuenta delante de una cámara. Es una mujer que aporta muy poco a la sociedad. Y vende su vida. Ha vendido su embarazo, su maternidad, sus matrimonios, sus amistades… Y, ahora, cuando necesita una intimidad y una tranquilidad extraordinaria (cosa que le deseo de corazón) cree que puede decir en voz alta a todos que le dejemos en paz y que va a denunciar a todo aquel que diga cosas en estos momentos.

El peaje que debe pagar un influencer por serlo es alto. Ganas dinero fácil por no mover un dedo, pero tu vida se hace tan pública, debes tanto a tus seguidores, que es imposible pedir que te dejen en paz con un mínimo de éxito. Convertir tu vida en la de todos por un puñado de euros tiene ese problemilla. Y si tu preparación académica es nula o muy escasa, tu cualificación laboral no existe puesto que no sabes hacer nada de nada, si en las orillas de internet o la televisión no hay nada, estás acabado. Puedes ser millonario, pero el vacío ganará la partida antes o después.

Es evidente que el asunto de su niña debe quedar al margen y aquí no hay debate. Ni decir su nombre. Pero Anabel Pantoja y su marido son adultos y a ellos se les puede seguir diciendo cosas (estas vez tocan las duras, las que nadie quiere escuchar). Se es famoso todo el tiempo.

Recomendaría a la señora Pantoja no abrir la boca si eso es posible hasta que todo esto se solucione. Cada vez que lo hace el desastre es terrible porque no acierta a medir la importancia de las palabras (un detalle: cómo puede agradecer en público a todos esos padres que se han puesto en contacto con ella para mostrar su apoyo por lo que le está sucediendo si nadie ha sabido qué estaba pasando hasta que ha saltado una noticia que ha puesto todo del revés; cómo puede decir que la activación de un protocolo por violencia contra un menor es rutinario). Y a sus abogadas lo mismo (aludir al futuro de la menor diciendo que cuando sea mayor verá esos titulares tan gruesos y lamentables que se han publicado (lo son) es una salida de pata de banco por parte de los letrados). Lo que deben es defender y asesorar a su cliente y dejarse de tanta moñería. Existe una investigación en marcha y no hay más.

Por cierto, aquellos que dejan la puerta abierta a la crítica del personal sanitario porque se han pasado de la raya, son unos miserables. Esas personas que trabajan en los hospitales se dedican a velar por la salud y el bienestar de todos los menores que viven en España. Lo que faltaba es que también tuviésemos el cuajo de criticar la labor de esos profesionales. Y, una última cosa: me siento muy orgulloso del sistema de salud público. Estamos en muy buenas manos.

G. Ramírez

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