La estética de la violencia y las guerras a través de una pantalla
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Una viuda llora mientras retiran el cadáver de su marido en helicóptero. / Tim Page |
‘Como una amapola que en el jardín se inclina hacia un lado por el peso de sus semillas y de las lluvias de la primavera, así se inclinó su cabeza hacia un lado bajo el peso de su yelmo’. (Muerte de Gorgythion, hijo de Priamo de Troya, ‘Iliada’ de Homero)
Homero, en la ‘Iliada’, ya dejó
claro que la violencia puede ser arrebatadoramente bella; todo depende desde el
lugar que se mire, del lenguaje que utilices para contarla. La fascinación que
el ser humano siente por la guerra, la crueldad o la injusticia, es tan vieja
como él hombre. Comparar la muerte de un guerrero sanguinario con el
florecimiento de una amapola es la primera prueba escrita que conozco de todo
esto que digo.
Homero logró construir una
monumental obra de arte relatando cómo, por ejemplo, Eris (diosa de la
discordia) sembraba las semillas del odio en los corazones de los guerreros que
sobrevivían a la batalla; cómo Menelao no tenía piedad con un enemigo
arrodillado y suplicante que ensartaba en su lanza sin pensarlo dos veces; y
cómo Zeus era capaz de jugarse a suertes la vida de todos, la victoria de unos
o la derrota de otros. Dolor, sangre y sufrimiento para explicar la esencia de las cosas.
La violencia nos conmociona, nos revuelve las tripas y nos fascina a partes iguales. ¿Ha pensado usted, por ejemplo, en la estética del boxeo, en la cantidad de películas que se han rodado para mostrar la lucha del hombre frente a otro hombre?
Desde que alguien forjó la primera
espada, desde que alguien golpeó con brutalidad a otro con una piedra hasta la
muerte, la violencia se ha convertido en una máquina de generar sufrimiento que
parece no tener fin; pero, también, de obras de arte espléndidas que no podemos dejar de mirar
hipnotizados.
Miro la pantalla del televisor y
veo imágenes de cómo se mueven personas grises en la franja de Gaza, de cómo
los muertos son el pan de cada día; veo el campo de batalla en el que soldados
rusos y ucranios combaten por no sé qué cosa; veo hombres y mujeres en el Congo
intentando escapar de lo que se puede convertir en una tumba enorme. No hay
belleza en las imágenes porque se repiten sin cesar, se les arranca la
importancia al manosearlas. Nadie se ocupa de tratar las imágenes, los relatos
que nos llegan, para que nuestra sensibilidad se agite y esas muertes nos
conmocionen. Y nada importa si carece de su propia estética.
Si me presentan la muerte de
niños y ancianos como si fueran una noticia más no me importarán más que la
subida del IPC. Si me presentan la tragedia de una familia revestida de la
estética que demanda el propio relato, si convierten lo que sucede en algo que
puedo asimilar como propio por su fuerza narrativa, la cosa cambia.
El ser humano solo entiende el relato cuando busca la esencia de su propia existencia. Y el relato es algo bello en sí mismo. Una trinchera llena de soldados muertos no nos interesa salvo que pensemos en que cualquiera de esos hombres muertos fueron niños queridos por sus padres, que murieron pensando en la mujer o en el hombre de su vida pensando que ese último pensamiento solo podía ser para él o ella, que poco antes lloraban de alegría al enterarse de que su compañero desaparecido se encontraba sano y salvo en un hospital de la retaguardia. El ser humano solo entiende de belleza y se explica el mundo con el arte.
Las noticias, una y otra vez
repetidas como si hablaran de la avería de un vehículo a motor, nos separan de
la realidad y de lo que somos. Leamos a Homero y dejemos de mirar las pantallas
sin ton ni son. Por favor.
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