Las viudas siempre resucitan
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© William Albert Allard |
Tiempo estimado de lectura: 1' 30''
Mi madre me mira con la ceja
levantada si explico a otros cómo ha sido su resurrección. Pero no tiene más
remedio que escuchar y mantener el silencio sobre la palma de la mano porque
sabe que algo de cierto (bastante) tiene lo que digo.
Después de morir mi padre, mi
madre volvió a la vida. Es verdad que hasta ese momento salían juntos, viajaban
juntos y estaban en casa juntos (mucho más tiempo de lo que debían entre cuatro
paredes). Ella siempre dice que le quería mucho, y que su vida siempre estuvo
dedicada a las labores de la casa, a atender a su marido y a sus hijos… El
discurso de mi madre es heredero del nacional catolicismo más puro y rudo. El
caso es que, tras la muerte de mi padre, mi madre descubrió que había vida más
allá de la puerta de su casa. Y desde aquellos tiempos no ha dejado de salir
cada tarde a tomar café con las amigas, no ha dejado de ir al centro de la
ciudad a comprar esto o aquello, no ha dejado de hacer cosas que no tienen que
ver con el cuidado de nadie. Tiene noventa y un años y sigue a lo suyo.
Resucitó aunque ella lo niegue.
Alguien podría pensar que este es
un caso aislado e irrelevante. Pero no, no lo es. Al menos tres viudas más,
mujeres con el mismo perfil de mi madre y vecinas de toda la vida, han
resucitado tras la muerte de sus maridos. Las veo sentadas en la terraza de la
cafetería de nuestra calle hablando, riendo, mirando a todos los que pasamos
por delante.
Las mujeres que no tuvieron
oportunidad de estudiar más allá de cuatro o cinco años en el colegio, las
mujeres que estuvieron condenadas a atender a los maridos y a los hijos, las
mujeres que dependieron de su pareja para abrir cuentas en el banco o para
viajar fuera de España, esas mujeres resucitan y resucitan. Me alegra mucho que
sea así.
Por el contrario, los viudos
hacen un picado antes que después. Por supuesto, ni resucitan todas las viudas
ni se desploman todos los viudos, pero suele ocurrir. Los viudos no se adaptan
a la realidad que se dibuja con la brocha de la ausencia. Entre otras cosas
porque un par de generaciones no aprendieron nada que tuviera que ver con la cocina,
la limpieza de la casa, con las lavadoras o con la soledad.
Espero que sea mi viuda la que
resucite llegado el momento. Espero no ser yo el que haga ese picado hacia el
desastre más absoluto. Y deseo que las viudas resucitadas tengan tiempo de
disfrutar de una vida que el destino les negó desde antes de nacer.
G. Ramírez
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