Buen viaje, Tía

Nací en Toledo aunque crecí en Madrid. Destinaron a mi padre a la capital cuando yo tenía apenas dos años; y aquí sigo. Pero es curioso que los recuerdos más poderosos, más claros y más agradables, corresponden a las temporadas que pasaba en Toledo junto a mi abuela Inocenta. Era extraño que no estuviera con ella al menos un mes en verano.

La abuela vivía en una casa que formaba parte de un patio de vecinos, un patio que me gustaba regar con un cubo (agarrándolo con una mano y metiendo la otra en el agua para ir esparciéndola); un patio de vecinos en el que, al caer el sol, salían todos con sus sillas a tomar el fresco y a charlar; un patio de vecinos en el que se encontraba el retrete comunitario y el grifo de agua corriente, también, común. Antes de vivir allí mi abuela, lo hizo su hija María, mi tía.

Pasé largos periodos de tiempo allí, en la casa de Puerta Nueva. Mis amigos eran de Toledo, mi familia estaba en Toledo, aprendí a entender sus costumbres (muy distintas a las de Madrid). Y, con el paso del tiempo, he seguido teniendo una relación intensa con Toledo, con la familia de Toledo y con algún amigo que otro de allí.

Durante todos estos años, mi tía María ha estado presente en los momentos más importantes para la familia. El viernes, habiendo cumplido cien años unos meses antes, ha fallecido. Y con ella se me escapa buena parte de la historia de la familia.

Vio morir a su hijo, a su marido y, hace muy poco, a su hija. Por su puesto, a sus padres y a la mitad de sus hermanos. Quedan vivas mi tía Lola (96 años) y mi madre (91 años). Trabajó toda su vida como una jabata y logró prestar ayuda a sus dos hijos, a sus cuatro nietos y a sus seis bisnietos, hasta el mismo día de su muerte. Admiro (nunca dejaré de hacerlo) a mi tía María y todo lo que hizo durante sus cien años de vida. Tanto como a la abuela Inocenta a la que, por cierto, se parecía muchísimo físicamente. Pienso en Toledo e inevitablemente lo hago en ellas.

No puedo negar que siento una inmensa pena y echaré de menos a mi tía por siempre jamás. Y por ello escribo estas líneas que, seguramente, no debería escribir porque con las tripas no se debe hacer nada en esta vida, porque sin saber exactamente qué buscas con cada palabra es mejor no agarrar la estilográfica. Supongo que lo que busco es cambiar palabras por lágrimas o algo así.

Espero que el viaje sea el mejor y que ya esté acompañando a los que ya faltaban. Hasta siempre, tía.

G. Ramírez

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