La Covid-19 y el sentido de la vida
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Hace cinco años, tal día como hoy, la Covid-19 ya causaba estragos entre los mayores de todos los países del mundo. Aquí, en España, los ancianos eran fulminados por un virus que arrasaba con una forma de entender el mundo. En Madrid la tragedia tomaba dimensiones abrumadoras. Y, desde casa, yo escribía mi columna diaria para El Correo de Andalucía. La columna la llamé 'El mundo antes y después del coronavirus' y el día 10 de marzo de 2020 se publicó la décima entrega. Me he asomado a la ventana de Internet y rescato lo que dije aquel día.
'O cambiamos el mundo o estamos
acabados. Porque una sociedad incapaz de cuidar de los suyos está condenada a
convertirse en una caricatura de lo que debería ser.
Ayer leía estupefacto las
declaraciones de la ministra de Defensa, Margarita Robles, en las que se
refería a algunas de las residencias de mayores hasta las que han llegado
efectivos de la UME para realizar trabajos de desinfección (¡qué orgullosos
podemos estar de nuestros soldados!): «El Ejército, en algunas visitas, ha
podido ver a ancianos absolutamente abandonados, cuando no muertos, en sus
camas». Por lo que parece, los empleados han salido pitando en algunos casos
(las bajas han sido masivas), algunos cadáveres se encontraban junto a ancianos
abandonados y en mal estado, las escenas eran dantescas. No sabemos cuántos
casos han sido detectados aunque esto debería avergonzar a cualquiera. Uno solo
es suficiente para generar alarma, desazón y un sentimiento de fracaso
descomunal. Si bien es cierto que son muchas (casi todas) las residencias de
mayores gestionadas con acierto y en las que los ancianos viven en condiciones
muy favorables, también es verdad que no son pocas las residencias convertidas
sencillamente, en un negocio que, visto lo visto, está en manos de malos
profesionales. Y, para ser justos, son algunos trabajadores los que no deberían
pisar un centro de mayores nunca más en su vida. Habrá que esperar a que la
fiscalía haga su trabajo, pero todo parece indicar que tenemos unos cuantos
candidatos a sentarse en el banquillo y a que le caiga encima todo el peso de
la ley.
Tenemos que cambiar. No podemos
cuidar de los niños, no podemos cuidar de los ancianos, no podemos cuidar de
nosotros mismos. Y eso no puede ser. Trabajar está muy bien, producir riqueza
para que el bienestar de las personas sea sólido y duradero está muy bien. Pero
¿de qué sirve eso si nuestra vida se vacía por los cuatro costados cada día que
pasa? El sentido de la vida, seguramente, está en el amor que podemos desplegar
durante el tiempo que estamos vivos porque es el gran legado que podemos dejar
a nuestros hijos. Todo lo demás nos lo puede destrozar en unas horas un ser
microscópico. En unas horas. Somos insignificantes. Y sin hacer lo que nos toca
nos reducimos a la nada.
El mundo después del coronavirus
será el mundo en el que las personas tendrán que empezar a comprender que son
de carne y hueso aunque, al mismo tiempo, los únicos seres conocidos capaces de
reflexionar para dar sentido al universo y, por tanto, a sí mismos. Y eso es
mucho decir. A ver si nos enteramos de una vez'.
Seguimos sin enterarnos, salimos de aquel túnel siendo igual que antes de la Covid-19, y esto me hace sentir solo regular.
G. Ramírez
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