Ser padre y estorbar lo menos posible
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© Henri Berssenbrugge. Children playing with a hoop, Fish Market, Rotterdam, 1910. |
Soy padre de cuatro hijos. Y eso es una cosa muy seria. Sin embargo no suelo pensar en lo que significa, en lo que supone, en la carga que representa o en las alegrías que me ha proporcionado durante treinta años de mi vida. He sido padre y no me he hecho demasiadas preguntas. Ni he tenido tiempo para pensar sobre esas cosas, ni me ha interesado demasiado explorar esos territorios. No me van demasiado los callejones sin salida.
Y es que ser padre es un recuerdo, ser padre es saber que lo poco que puedes aportar a tus hijos será una forma de vivir en ellos y es, realmente, lo único que puedes hacer por ellos. Eso y estorbar lo menos posible.
Me gusta recordar que soy padre pensando en esas cosas que suceden junto a los hijos.
No hace tantos años, Gimena me
despertaba para entregarme su regalo. Un marcador de páginas con forma de
semáforo o algo parecido. Sonreía cuando le decía que era una preciosidad.
Guzmán llegaba a continuación. Una tarjeta escrita en inglés (seguramente,
acababa de aprender a trazar sus primeras letras) y un botecito disfrazado de
elefante para que pudiera guardar mis bolígrafos junto con otra tarjeta
escrita, esta vez, en castellano. Vas a alucinar, papá. Y con cara de
sorprendido le daba un beso. Guillermo (con la colaboración de su madre) me
entregaba, por ejemplo, una nueva estilográfica y un llavero. Excelentes
regalos. Siempre he sabido que esa estilográfica, igual que las demás que tengo
guardadas, volverá a sus manos y a la de sus hermanos. Gonzalo era el último en
llegar. Feliz día del padre. Tono seco. De adolescente. Dos camisas preciosas
que hacían mucha falta.
El Día del Padre antes era fiesta
y dedicaba buena parte de la mañana a cargar las estilográficas nuevas y
limpiar las antiguas. Al fin y al cabo, son las herramientas que me permiten
hacer lo que más me gusta. Cuando le llegaba el turno a mi vieja Mont Blanc
cada movimiento se convertía en un recuerdo. Desde que la tengo, la casa se ha
ido llenando de niños, perdí a mi hermano Antonio, a mi padre, con ella he
escrito dos novelas, un buen número de artículos de crítica literaria, una
historia del jazz, cientos de columnas de opinión, poemas que nadie vio y están
olvidados en una carpeta azul (afortunadamente para este autor). Mi pluma, su
inseparable y fundamental tinta verde. Limpiaba cada una de las piezas con
esmero.
Día del Padre. Llevo unos días
pensando en la ‘Tercera Carta al Padre’ que escribió Manuel Rico. Es de las
pocas cosas que guardo en la memoria. Y aquí la dejo como homenaje a todos los
que ya son padres y que van haciendo lo que pueden, a los hijos que lo serán.
‘Coser tu nombre en el vacío
árbol es coser dulce ausencia en tu no ser. Ahora es todo luz y pozo azúcar,
fácil conciencia de alquitrán muy húmedo. Nadie barrió la frente en mi memoria,
nacieron palos: fruto en devenir.
El sol ahorma un padre en mí y
tú no serás más el padre. Seré yo el fruto arrancado de tu árbol con mis
propias manos: sangre de tu sangre.
Que el toro llore de sus ojos
astas y embista el sexo a la mujer olivo, ¡porque los niños ya no importen
nada!, ¡porque los niños sigan siendo niños!’
Día del Padre. Un día que se vivía
en casa con cierto revuelo. Un día para el recuerdo. Nunca para preguntas sin
contestación.
Feliz Día del Padre a todos los
padres y, sobre todo, a todos los hijos que lo serán mucho antes de lo que
creen.
G. Ramírez
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