Consoladores e histeria: Historia de un artefacto

Ringsend, Dublin, 1963. / © Koen Wessing
Tiempo estimado de lectura: 1’ 30’’

Me han invitado a asistir a una reunión casera en la que una maravillosa vendedora presentará un nuevo vibrador (conocido con el alias Extreme Consolator “The Beast”). No entiendo qué puedo pintar en algo así aunque he dicho que sí, que estaré. Me pongo en manos del destino.
Por supuesto, me estoy preparando un poco la reunión. No quiero hacer el ridículo. Y me he encontrado con información sobre el origen del vibrador que quiero compartir con todos vosotros. 
No hace mucho (siglo XIX) las mujeres que presentaban síntomas de ansiedad, depresión o cambios repentinos y fulminantes de humor eran enviadas a consulta con el médico (los maridos siempre han mandado mucho y han hecho con sus esposas lo que les ha dado la gana amparados por la ley, la moral o la ética de la época; una pena). Los médicos diagnosticaban, directamente, una dolencia que llamaron ‘histeria’. 
¿Qué remedio manejaban los doctores de la época? Pues lograr que la paciente llegase al ‘paroxismo histérico’. Para ello, aplicaban un tratamiento sencillo y muy eficaz: un masaje pélvico que hacía llegar a ese estado a la mujer (al paroxismo histérico se le conoce hoy como orgasmo). Pues bien, las mujeres de la época comenzaron a acudir a las consultas; muy, muy, histéricas; para recibir ese masaje pélvico. Y los médicos terminaban hechos unos zorros al final de la jornada. Las manos les dolían, sentían calambres y la carga de trabajo les superaba.


Con este panorama, Joseph Mortimer Grandville, allá por 1890, inventó un vibrador eléctrico que facilitaría a los médicos su labor y lograría rebajar la histeria de las mujeres a todo rebajar. El aparato era de uso médico. Como es lógico, las mujeres, que no podían ir al médico cada dos por tres, comenzaron a comprar vibradores para tener uno o dos en la mesilla por si les daba un ataque y eso. Los médicos comenzaron a facturar mucho menos y el control de lo que se llamaba histeria llegó a niveles óptimos. 
La aparición del artefacto en películas pornográficas universalizó y democratizó el vibrador que pasó de ser un objeto terapéutico a un signo del pecado. 
Se lo pienso contar a todos los asistentes. El saber no ocupa lugar. Y seguro que no me vuelven a invitar a ninguna otra reunión. 
G. Ramírez

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