Todos hermanos, todos candidatos al trono

Grocery shopping, Budapest, Hungary, 1987. / © Attila Manek


Recuerdo el caso de una chica afectada por el síndrome del aceite de colza que logró ser la madre de una niña preciosa hace unos años. Esto no sería gran cosa si no fuera porque esa chica perdió los ovarios después de sufrir la intoxicación. El doctor que la atendió, hace ya bastante tiempo, le dejó intacto el útero (‘por si la ciencia avanza’. Eso fue lo que le dijo). 
Con el óvulo de otra mujer y el semen de su marido se ha produjo lo que yo creo que fue un milagro. Parece ser que ese óvulo pertenecía a una persona con características similares a las de esta muchacha (color de pelo y ojos, estatura, etc.). Y, por lo visto, el asunto sale muy caro. Buena parte de la indemnización que recibió del Estado, después de que unos golfos le destrozasen la vida, ya está en otra cuenta corriente. 
Se me ocurre que esa niña, cuando crezca, podría cruzarse con el hombre de su vida y, que esa persona podría ser el hermano de la chica. ¿Por qué no? Se podrían casar dos hermanos sin tener la más mínima sospecha. Sería mucha casualidad, lo sé, pero a veces esas cosas pasan. Y se me ocurre que, cada vez que este proceso se repita, seremos más parecidos unos y otros. Quizás las pruebas de ADN que se realicen para resolver un asesinato señalen a seis millones de personas al mismo tiempo. Tal vez, los sospechosos de ser el padre de una criatura fueran tres o cuatro millones. Igual dentro de cien o doscientos años descubrimos que todos somos hermanos. 
Qué emoción, vamos camino de ser como algunas casas reales.

G. Ramírez

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