‘Tardes de soledad’ o la extravagancia de la tauromaquia
‘Tardes de soledad’ es un documental firmado por Albert Serra. Nunca antes se había visto una corrida de toros desde tan adentro. Nunca jamás se había escuchado una corrida de toros con tanto detalle (el sonido directo y el diseño de sonido es primoroso). Serra centra la cámara en Andrés Roca Rey, matador de toros peruano; en su cuadrilla y en los toros que lidia el torero en distintas plazas españolas. El documental no escatima al mostrar la extravagancia que rodea la lidia. Exceso de sangre, exceso de testosterona, exceso de rito y liturgia, exceso de valor y exceso de muerte. Horror porque a la plaza llegan el torero y el astado aunque solo uno saldrá vivo de allí. Exceso de anacronismo, exceso de brutalidad, de belleza y de un arte que baila sobre la fina línea que divide lo bello y lo esperpéntico.
El que ve este documental sufre con el valor casi suicida de un joven vestido de una forma extraña; sufre con la muerte de un animal precioso, poderoso y salvaje (nunca antes, tampoco, se había visto la muerte de un animal en la plaza con tanto detalle, desprendiendo tanto olor a sufrimiento y a muerte gratuita).
Termino de ver el documental y pienso en mi pasada relación con el mundo del toro.
Fueron muchos años viendo corridas de toros, muchas tardes disfrutando de la tauromaquia de enormes figuras del toreo, horas contemplando al animal más bello del planeta Tierra. Han pasado muchos años desde que decidí no volver a pisar una plaza de toros. Un día decidí que, como cualquier cosa de este mundo que se convierte en un negocio, el mundo del toro no me interesaba. Abrí los ojos. Vi intereses de unos y otros que convertían en un negocio algo que trataban de envolver en tradición, cultura, arte o sentido ancestral de un pueblo entero. Vi un animal majestuoso que no entendía nada al salir por la puerta de chiqueros y estaba condenado a morir sin remedio frente a la inteligencia ventajosa de un torero que, generalmente, era un paquete (son muy pocos los que se pueden llamar figuras del toreo). Vi una afición pija y pagada de sí misma que utilizaba de escaparate la plaza de toros; o cateta y mezquina a la que le faltaba las sandías y los bocadillos de filetes empanados para que la tarde fuera perfecta entre sangre y protestas sin gracia alguna.
Ya he dicho más de una vez que si me he emocionado con algo en mi vida ha sido con un muletazo de Curro Romero, con la decisión de César Rincón o el duende de Rafael de Paula. No hay nada parecido en este mundo. He disfrutado mucho de la ópera, de los conciertos de jazz, de obras de teatro extraordinarias o de galerías de museos que tiran de espaldas, pero jamás he sentido lo que en una plaza de toros. Nada parecido a eso aunque soy incapaz de justificar una corrida de toros. No es posible algo así en los tiempos que corren. Tampoco estaría dispuesto a apoyar la prohibición de la lidia.
Siempre pienso en cómo podría explicar todo esto de forma breve y sencilla. Se me ocurre decir que si existiera la reencarnación y pudiera elegir la forma de volver a la vida, sin duda, elegiría el toro de lidia como forma animal. Mi amor por el toro y lo vivido hace ya muchos años en las plazas de toros me arrima a ese pensamiento.
‘Tardes de soledad’ es un documental más que recomendable. Echar un vistazo sirve para entender algunas cosas que se pueden escuchar en cualquier debate en el que se discuta sobre la tauromaquia como algo indeseable o como una forma de arte esencial. Algunas escenas ponen los pelos de punta y el estómago del revés, pero merece la pena.
G. Ramírez
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