Eso de la hipoteca que hizo Franco y la dulzura de Stalin
Da miedo comprobar el odio que están acumulando los jóvenes españoles. Si llaman rojo o roja a otra persona lo hacen echando espuma por la boca; si señalan a un inmigrante lo hacen dando voces, con un gesto que denota querer tomarse la justicia por su mano sin tener pruebas de lo que ha pasado, ni un criterio mínimo para valorar lo que sucede. Votan a las opciones de moda que les ofrecen en las redes sociales y que se nutren (lamento decir esto) de la ignorancia, de la falta de prudencia y de un deseo de parecer alguien importante siendo, en realidad, un don nadie.
Hace poco, una joven que no sabe hacer la o con un canuto me decía que a ella le gustaba mucho Franco porque hizo ‘lo de la hipoteca’. Tiene 18 años y es todo lo que alcanza a decir si quiere dar su opinión sobre lo que está pasando. Pero, también, alguien me dijo que a ella no le gustaba el ejército porque era una máquina de matar niños (estábamos valorando en grupo todo lo que hace la UME en momentos difíciles). Esta tiene 30 años. Podría poner decenas de ejemplos, pero me parece estéril repetir idioteces de unos y otros.
Cambiar los libros por las redes sociales, creer que en la Internet se puede encontrar la verdad o llenarse de razones para defender una postura nutriendo la mente de panfletos que van publicando barbaridades, mentiras y mensajes perniciosos, es algo que lleva ocurriendo mucho tiempo y que ya pasa una factura altísima a la sociedad española.
He visto un grupo de jóvenes aplaudiendo detonaciones en la Franja de Gaza. Miran la pantalla y celebran la caída de un artefacto criminal como si la selección nacional de fútbol marcase un gol. Es muy triste. Veo un grupo de jóvenes antifascistas gritando que los enemigos deben ser asesinados lo antes posible. Es muy bochornoso.
Creo que la falta de cultura es tan inmensa y tan intensa que tiñen el futuro cercano de la sociedad española de un gris opaco, insalvable y terrorífico. Y todo porque los jóvenes creen que ‘lo de la hipoteca’ es cosa de Franco. Y todo porque iletrados de manual se agarran a lo poco que se exige en esta sociedad para parecer interesante. Cualquier idiota puede dar su opinión para que otro le aplauda. Es posible que si todos los que llaman rojo a otra persona leyesen alguna de las múltiples biografías sobre Franco cambiaran de opinión. Es posible que si los jóvenes que creen que Stalin era un maravilloso estadista leyesen ‘Koba el Temible’ de Martin Amis cambiaran de opinión. Cuanto más leyesen más criterio tendrían para dar opinión y defenderla sin aspavientos violentos de por medio. Leyendo frases vacías en redes está apañados.
Pero me temo que nos sepulta algo mucho peor (y eso nos toca a todos) que tiene que ver con el postureo, con lo inmediato en nuestra forma de pensar, en la reacción vacía ante los problemas más gruesos: lanzamos opiniones que pueden parecer, más o menos, serias sin darnos cuenta de la poca consistencia que tiene lo que pensamos o decimos. Nos rasgamos las vestiduras ante, por ejemplo, los incendios que asolan España en este momento. Pero ese es el resultado de políticas erróneas, de la derogación de leyes que trataban de proteger el entorno natural, de decisiones obligadas por pactos y alianzas para gobernar. Miren el número de abstenciones en las últimas elecciones autonómicas en Castilla y León; sumen los votos a Vox, y luego piensen en lo que importa el bosque en esa Comunidad Autónoma. Aunque seguimos lloriqueando porque el fuego destruye vidas y el patrimonio.
Igual es que todos creemos un poco en que ‘eso de la hipoteca’ que hizo Franco es lo guay y todavía no lo sabemos. Porque algunos no saben quién fue Franco y otros parece que lo estamos olvidando; ni sabemos lo que es una hipoteca.
G. Ramírez
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