Garamendi y los vagos españoles

Antonio Garamendi no entiende cómo la jornada laboral se puede reducir a 37 horas y media

Antonio Garamendi Lecanda es empresario y preside la Confederación Española de Organizaciones Empresariales. Gana una cantidad cercana a los 400.000 euros al año. Y dice que eso de trabajar treinta y siete horas y media a la semana es incomprensible, que lo lógico y saludable es trabajar como lo hace Carlos Alcaraz, y que los africanos y sudamericanos están dispuestos a trabajar duro en cuanto hacen un curso de lo que sea. Por tanto, como todo el que esté leyendo este artículo, sabe que Antonio Garamendi Lecanda es un sujeto mezquino, indeseable y que está desubicado.

Lo que no quieren los españoles, especialmente los jóvenes que son los más afectados por las políticas empresariales como la de este individuo, es trabajar dieciséis horas a diario en un bar inmundo y ganar seiscientos euros al mes, sin cobrar un duro por hacer horas extras y después de estudiar, por ejemplo, un doble grado. Eso es lo que no quieren los españoles.

Poner de ejemplo a Carlos Alcaraz como trabajador del año frente a los vagos españoles es, sencillamente, un disparate. Carlos Alcaraz curra más de treinta y siete horas y media a la semana, pero gana millones de euros, muchos millones de euros. Si a cualquier español le ofreciesen la posibilidad de trabajar catorce o quince horas diarias a cambio de un milloncito de euros al año, sólo un milloncito, no rehusaría ni uno. Ni uno.

Garamendi debería saber que los españoles que emigraron a mediados del siglo XX, trabajaron durísimo en los países de acogida a cambio de cobrar un dinero que para los alemanes o franceses o suizos era bastante escaso y que, sin embargo, a los emigrantes les parecía un tesoro. Igual a un peruano o a un ciudadano de Mali le parece que los sueldos españoles son extraordinarios porque en sus países se cobra un diez por ciento de nuestro salario mínimo interprofesional, igual el problema no es tan simple como quiere decirnos este caballero. Siempre que hablo de esto, recuerdo una anécdota que sucedió hace unos años con un futbolista centroamericano que había fichado un club muy importante de España. El muchacho firmó un contrato que, en su país, le convertía en millonario. Era feliz. Llegó al aeropuerto de Madrid y quiso comprar unos chicles. Al conocer el precio e intuir lo que iba a ser eso de vivir en España con una ficha (de pronto, insuficiente y convertida en una trampa indecente) decidió regresar a casa. Ni salió del aeropuerto. Pero Garamendi vive en ese mundo en el que se gana casi 400.000 euros, en ese mundo en el que te subes el sueldo miles de euros cada año y en el que puedes acabar con el límite de mandatos si eres el presidente de la CEOE; Garamendi vive de espaldas a la realidad.

Lo que no sabe Garamendi es que todos los jóvenes españoles quisieran trabajar en algo que les entusiasmase, quisieran ganar millones y poder jubilarse antes de los cuarenta. Garamendi no se entera de nada. Todos quieren ser como Alcaraz.

Garamendi debería dedicarse a la política porque es una máquina diciendo, sin vergüenza alguna, disparates que intentan degradar la dignidad de las personas.

Tengo cuatro hijos (no son africanos ni sudamericanos) y a todos ellos les sobra actitud frente al trabajo. De hecho los dos pequeños siguen siendo universitarios y uno ya trabaja con regularidad y la otra va encontrando su sitio. Les sobra actitud y tienen aptitudes como para sepultar tanta tontería dictada por mediocres con dinero o con puestos que les aportan poder. Y nada me hace pensar que el resto de jóvenes españoles no tienen esa misma actitud y esa misma aptitud.

¿En manos de quién estamos? Esto es desesperante, de verdad.

G. Ramírez

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