¿Cómo se dice el amor? ¿Cómo suena?
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| © Bruce Davidson |
Intento abrir los ojos. Pereza. Casi miedo. Las sombras se dibujan sobre otras. Oscuro sobre oscuro. Apenas entra luz. Un reflejo, una intención. Tenso músculos faciales. Los ojos abiertos. La luz no llega. Muevo la mano. Hacia ella. La encuentro y siento su calor, la suavidad de una piel ahora imaginada. Me acerco hasta que pego mi pecho a su espalda. Los primeros rayos de luz se posan sobre el suelo de madera. Son las siete y siete minutos. Amanece. El marrón de la madera brilla ligeramente aunque obligado por una luz nueva.
Huele a ese jabón tan extraño que usa. Creo que sirve para evitar problemas de la piel. Sus nervios le atenazan a diario y el color rojo aparece en brazos, piernas, rostro o pecho. Huele a jabón reparador.
Los colores comienzan a verse y la señora Purificación, la del segundo interior, ya se está haciendo el primer café de la mañana. El patio convertido en una enorme cafetera.
El mundo comienza a girar a velocidad de crucero como si todo estuviera en su sitio, como si se pudiera amar sin dolor.
Una prenda roja cuelga del respaldo de la silla. Es su blusa. No le queda bien aunque a mí me da igual, a ella sí le importa algo más aunque se conforma. Pienso en que la sombra era la prenda colorada y que ahora la blusa es ella, lo que ella siente.
Le acaricio el pelo y decido levantarme. Me sumo a la realidad arcoíris. Miro atrás antes de salir de la habitación. Huele a jabón, a un extraño jabón.
G. Ramírez

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