El edadismo y las puñetas
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© Noemia Prada |
El edadismo se produce a cualquier edad, no es cosa exclusiva de los mayores de sesenta años aunque es el que comienzo a sufrir yo mismo como muchas otras personas que tienen esa edad o parecen tenerla. Algunos te miran con ese gesto que te dice, claramente, que te desprecia, que le pareces un estorbo y que todo lo que dices está desfasado y es invalido. Otros ni te miran. Los hay que cuchichean, sin disimulo alguno, con el que tiene al lado para criticar lo que dices o haces. No faltan los que son incapaces de mirar sin que una idea estereotipada condicione el análisis que hace sobre tus aptitudes. En fin, el edadismo existe y se sufre; el edadismo es injusto e injustificable; el edadismo lleva a la discriminación absoluta y, al que lo sufre, a situaciones de desasosiego, de tristeza y de injusticia absoluta.
Dicho todo esto, he de decir que ese es el peor escenario y que, si tienes un poco de carácter y quieres proteger tu dignidad, todo esto más llevadero de lo que podría parecer tras leer esa primera parte mi reflexión. Mandar a freír puñetas a un par de gilipollas no es para tanto. Y añado que, aunque no recuerdo nada en concreto, seguro que fui yo mismo uno de esos gilipollas que se dedicaban a mirar con aire de suficiencia a los mayores. Por tanto, los enviaría junto a las puñetas y la sartén sabiendo lo que hago y a quién se lo hago.
El peor de los edadismos no es el que ejercen los jóvenes sobre los mayores. No, el más lesivo es el que sufre un mayor frente a otros mayores. Para una persona que ya peina canas, una mirada de un jovencito o un ademán de un adulto imbécil, se puede justificar por la falta de educación, o la falta de experiencia, o por la falta de una inteligencia mínima. Sin embargo, cuando un grupo de personas de la misma edad te discrimina sabes que el problema es enorme, sabes que todos te discriminan sin excepción y que la solución pasa por la ruptura espacio temporal que se vive en un momento determinado. El miedo a quedar fuera del grupo pesa mucho.
Y el más doloroso es que se ejerce dentro de la propia familia. Sí, es muy habitual que vemos en los mayores un estorbo, tratamos de apartarlos y les metemos en territorios comunes sin pensarlo dos veces. Este duele de verdad.
El que sufre edadismo tiende a pensar que él o ella es el o la culpable; que ha perdido la rapidez al pensar, que ya no es capaz de moverse con agilidad o mostrando autoridad. El mundo del que sufre edadismo se desmorona con rapidez. Y eso, que se dice fácil, es algo muy peligroso.
El edadismo es cruel porque la burla y el desprecio preside muchas de las acciones del edadismo. El edadismo es peligroso porque los efectos pueden ser catastróficos para el que lo padece. El edadismo es absurdo porque la experiencia, la formación o la forma de entender el mundo de alguien que ya ha cumplido más de sesenta son un valor que nadie debería despreciar. El edadismo es terrorismo sicológico y algo a lo que no hay derecho.
Los mayores no somos objetos inservibles. No, no lo somos aunque seamos más torpes con las aplicaciones del teléfono móvil o no seamos capaces de entender el reguetón. Es más, el día que decidamos mandar a la mierda a los que piensan que somos despojos molestos la cosa se pondrá interesante.
G. Ramírez
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