El franquismo en conserva o la España que no quiero
Nací el 29 de febrero de 1964 y, por tanto, viví los últimos coletazos del franquismo (sin entender, sin querer enterarme de nada, sin conciencia de lo que pasaba y bastante ajeno dado que al morir Franco había cumplido once años). Por supuesto, mi niñez se impregno de una nacional catolicismo casposo y paleto, de un silencio sobre asuntos políticos que pesaba como una capa de amianto (tan de moda en esos tiempos) que se posaba en las sobremesas o celebraciones familiares.
Crecí y me comenzó a llamar la atención todo aquello que jamás había escuchado hasta que vivimos en democracia y, entonces, comencé a valorar lo que había pasado, el horror de una guerra criminal, el miedo de los perdedores, la arrogancia de los ganadores, la falta de un mínimo de generosidad con los que habían quedado en el otro lado.
Han pasado muchos años y he podido evolucionar gracias a la lectura, a la búsqueda de otras opiniones y testimonios o al arte que ha ido representando los últimos ciento veinte años en España. Y he ido aislando las cosas que no quiero (eso en todos los ámbitos y no sólo pensando en España y los españoles y en la política cañí o las tradiciones más arraigadas), no sé lo que quiero y tengo clarísimo lo que no quiero; estoy abierto a todo lo nuevo sabiendo que me pueden gustar muchas cosas aún no conocidas y cerrado a cal y canto respecto a lo que no quiero ver ni en pintura.
No quiero una España convertida en el nido de un híper nacionalismo cateto protagonizado por jóvenes de quince años cantando el ‘Cara al sol’ sin saber qué significa hacerlo, lo que puede llegar a suponer o la terrible distancia que les puede separar de amigos, familiares o vecinos que miran con estupor semejante majadería. No me gusta el renacimiento de una especie de franquismo en conserva fundamentado en lo que dicen los que desconocen qué fue esa dictadura y lo que supuso para millones de españoles. No me gustan unas tradiciones convertidas en símbolos de una ultra derecha radical (en qué momento un paso de la Semana Santa sevillana ha sido símbolo de una dictadura si Dios no entiende de esas cosas; desde qué momento los toros son cosa de ultra derechistas si siempre fue una fiesta popular alejada del ruido político salvo en la época de la dictadura franquista). ¿Me puede explicar alguien cómo es posible mirar a otros seres humanos por encima del hombro para convertirles en el enemigo público número uno? Que alguien más pobre que las ratas busque un futuro en España (trabajando duro) ¿es un problema? No me gusta la España racista que vemos en las manifestaciones, cada día, más multitudinarias; me avergüenza saber que se culpa a un grupo compuesto en su gran mayoría por buenas personas de todos los males actuales.
No quiero una España en la que el discurso político sea un nido de insultos, de barro pegajoso en la que el lenguaje se usa como arma arrojadiza, en el que la mentira sea lo normal o en la que la corrupción se imponga. No quiero una España que claudique ante las desfachatez del que presume de ser un tarugo, del que no duda en mostrar sus miserias para alardear de ellas para animar a que el reino del mediocre se instale en mi queridísimo país.
No quiero vivir entre los que creen ser patriotas siendo, en realidad, una lacra para la democracia, la libertad y la convivencia pacífica y ordenada. No quiero tener cerca a los que creen que lo que dicen se justifica porque su padre fue militar o policía para llamar al presidente del Gobierno ‘hijo de puta’ (¿hasta cuando vamos a estar queriendo pasar facturas por nuestro pasado?).
No quiero una España en la que el patriotismo suponga vivir en la trinchera diciendo sandeces que llegan muy fácil al ignorante. Prefiero que la reflexión, el pensamiento crítico y la exigencia sean protagonistas. Me aterra saber que los ayuntamientos y las sedes de las comunidades autónomas se están llenando de sujetos que todo lo que quieren conseguir es señalar a los que no pensamos como ellos como si fuésemos los malos de la película.
Ya le avanzo a usted, mi querido lector, que lecciones de patriotismo no necesito. Por lo que sea, no. Y ya le avanzo a usted, querido lector, que si se encuentra entre los que dedican todos sus esfuerzos a presumir de bandera y, luego, a escatimar el IVA en las facturas, este no es su sitio. Por supuesto, tampoco es el de los que quieren aparentar ser izquierdistas y el último reducto de la libertad y, también escatiman al pagar impuestos. Mejor acudir a las redes sociales en las que encontrará una moral de tercera, una ética macarra y una forma de entender la realidad tan limitada como para que quepan, sólo, una o dos ideas.
No quiero la España que se está dibujando con una brocha tan gorda que no deja ver nada más allá de las narices de los cegatos modernos.
G. Ramírez
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