¿Qué puede hacer un padre o una madre con un adolescente en casa?

© Ida Wyman. / Corner of Wilshire and Fairfax, Los Angeles, 1950

Los adolescentes pueden llegar a parecer unos bobos sin remedio, unos impertinentes recalcitrantes, unos caprichosos sin remedio o personas con el chulo subido sin razón alguna. En Toledo diríamos que los adolescentes, muchas veces, tienen una pedrada suculenta. Y es que los adolescentes son seres humanos difíciles de entender, imposibles de controlar y con unos desarreglos hormonales que les convierten en bombas nucleares siempre a punto de estallar.

Sea como sea, lo que realmente les pasa a los chicos y chicas de entre once y dieciocho años (en el mejor de los casos puesto que algunos se quedan anclados y cumplen los treinta sin evolucionar ni un poquito) es que se encuentran en una encrucijada muy larga en el tiempo que obliga a elegir en terrenos tan sensibles para un joven como el sexo, el poder y el encaje en un grupo, en una estructura social con la que sueña o que detestan.

Si algo hace a diario un adolescente es explorar el territorio del sexo. Se podría decir que la vida de un adolescente gira alrededor de las relaciones sexuales deseadas (muchas veces no cumplidas), de las obligatorias (si no metes mano a otro u otra eres una especie de pringado; si no ves porno como si no hubiera otra cosa en el mundo eres más tonto que pichote y no mereces nada del resto; si te acuestas con alguien pasas a ser el ser más popular del instituto y si lo grabas ya eres una especie de deidad a la que todos adorarán); de las relaciones sexuales con uno mismo o del cualquier aspecto de la vida cotidiana que tenga que ver con el sexo. Las hormonas de un adolescente son incontrolables y si alguien hace algo en las circunstancias en las que se encuentran las criaturas está condenado a no ser entendido (ni perdonado, ni soportado ni casi nada porque resulta un esfuerzo hercúleo que puedes hacer de vez en cuando, pero no días tras día sin descanso). La mala noticia es que eso es así y no se puede cambiar.

Pero, además de sexo, el adolescente necesita saber con qué poder cuenta para que el entorno le sea favorable. Por ello hay que ponerse chulo en casa por si cuela, hay que ser un capullo en el colegio o en el instituto para parecer que controlas la situación, hay que ser agresivo para que te tomen en serio (todos los adolescentes están en la misma situación y eso significa que el follón es constante y está garantizado). El poder es fundamental, cualquier otra cosa te convierte en un sujeto débil. Y eso es imperdonable entre los adolescentes. Si volvemos al sexo descubriremos que ser poderoso casi garantiza tener cierto éxito con los otros, no tener poder alguno te condena al ostracismo en el grupo y a residir en el baño más horas de lo deseado.

Y todo esto ¿por qué; para qué? Para encajar en el grupo. Ese es el objetivo. Seguramente ese grupo es un desastre, está compuesto por una serie de sujetos que sólo pueden presumir de un buen croché de izquierda (con los más débiles), por una serie de niñatos que suspenderán y serán en el futuro un hazmerreír, pero que para el adolescente es lo más de lo más. A unos les da por fumar para ser más guay, a beber alcohol para parecer mayor de lo que eres; y a muy pocos por estudiar mucho para demostrar que la inteligencia es la verdaderamente revolucionario.

Me temo que fuera de esto, cualquier lectura de la situación será errónea; puede haber matices y elementos que influyan aunque estos nunca faltarán. Sexo, poder y encaje en el grupo.

Entonces, ¿qué se puede hacer con un adolescente en casa? Cargarse de paciencia y no estorbar. Si entra en el baño y tarda hora y media en salir sabremos que estará un rato más tranquilo o tranquila; si se pone chulito, paciencia; y si busca incorporarse a un grupo esperar a saber si es sano o un problema para tomar una decisión. No existen recetas ni planes mágicos. Igual alguien tiene una teoría muy bien armada, pero la práctica se lleva todo por delante (yo he sufrido cuatro adolescencias y tengo un máster que no sirve de nada).

Los adolescentes se pasan años dando golpes en la mesa para que sepamos que ahí están ellos. Pero todo pasa; hasta los más memos vuelven a ser personas normales. Y los padres terminamos sintiéndonos orgullosos de ellos. Aunque parezca mentira es así.

G. Ramírez

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