María Casado: Rugbier de los pies a la cabeza
Tener cerca a María Casado (Valencia de Don Juan, 25
diciembre 1985), jugadora de rugby, entrenadora y preparadora física, es un
lujo por muchas razones. Su experiencia en el mundo del rugby es intensa y
extensa; su forma de entender lo que está pasando es siempre una posibilidad de
sumar una opinión de peso; y su amabilidad es exquisita. Si alguna vez están
ustedes cerca de esta mujer y les sonríe, sabrán a lo que me estoy refiriendo.
Nos acomodamos para tomar un café. Estamos en el
Polideportivo ‘Valle de las Cañas’ de Pozuelo de Alarcón (Madrid). Casi
estrenamos un acogedor ‘chiringuito’ que funciona desde hace pocas semanas y
que nos resguarda del frío. Nos sentamos uno enfrente del otro.
Siempre me gusta saber cómo han llegado las jugadoras de
rugby a serlo, por qué una chica cualquiera decide inclinarse por un deporte de
colisión, duro como el pedernal y exigente al máximo.
‘Estudiaba en León, filología inglesa, y me mudé en un
momento dado. Una compañera del piso nuevo me dijo que andaban buscando chicas
que quisieran jugar al rugby, que me animase y fuera esa tarde a tomar una
cerveza con ella para contarme de qué iba la cosa. Fue la misma tarde que
llegué a ese nuevo piso. Al día siguiente, me compré unas botas para poder
entrenar y al acabar el día supe que aquello era lo que yo andaba buscando.
Había jugado baloncesto, fútbol sala y había practicado piragüismo, pero el rugby era otra cosa
diferente que me enamoró’.
¿Fútbol sala? ¿De eso te viene lo de patear de la forma que lo haces? (Para el que no lo sepa, María Casado utiliza el pie al jugar con extraordinaria destreza)
‘Mi padre era entrenador de fútbol sala en el pueblo. Y,
además, el entorno en el que crecí estaba lleno de chicos. Ya sabes, en el
pueblo te vas a la era y juegas al fútbol. Siempre he crecido entre chicos’.
María habla mientras reposa las manos en la mesa, desde el
codo hasta la punta de los dedos se apoya en la tabla; y mueve, a veces, los
dedos de fuera hacia adentro, como si quisiera abarcar todo lo que dice para
que me llegue con claridad. Mira a los ojos sin parar. Y es que creo que todo
lo que es le hace sentir feliz y quiere que lo sepa.
‘Empecé a jugar al rugby con veintitrés años. Antes se
comenzaba mucho más tarde que ahora. Y lo hice en el equipo de la Universidad
de León. Fue muy tarde y siento cierta envidia al ver lo que llega ahora desde
las categorías inferiores del rugby femenino. Cuando he tenido la oportunidad
de entrenar a las jugadoras más jóvenes, siempre les he dicho que son
afortunadas porque llevan mucho tiempo jugando y han recorrido un camino
estupendo hasta el presente, pero que lo importante es todo lo que les queda
por disfrutar de aquí en adelante. Y es que yo, hoy, si el físico respondiese
igual que con veinticinco años, estaría peleando por ir a otros juegos
olímpicos’.
Hablamos de las chicas que juegan con ella en el equipo
senior del Pozuelo Rugby Unión. Con diecisiete años ya llevan cuatro o cinco
jugando, y tienen mucho rugby en las manos. Se refiere a ellas con una mezcla
de orgullo y de sana envidia que no oculta. Aunque sobre todo con un enorme
cariño.
‘Son el futuro y tiene pinta de que va a ser muy bonito’.
Del equipo de la Universidad de León pasó a ser jugadora del
C. R. Majadahonda durante cuatro años. Entonces comenzó a jugar en Touluse y
posteriormente llegó al INEF de Barcelona que se fusionaría con el Hospitalet.
Para terminar, estuvo un año en Sanse Scrum y, por fin, en CRC (actual PRU). Un
periplo lleno de éxitos. Ha jugado dos mundiales de Rugby XV, dos de Rugby 7’s,
los juegos olímpicos de Río de Janeiro (cuando lo nombra se le ilumina la
mirada) e infinidad de torneos internacionales incluyendo el preolímpico de
Tokio.
¿Cómo ves el nivel actual del rugby femenino en España? (Antes de responder toma aire y alza ligeramente las manos para enfatizar).
‘Está claro que el rugby femenino español está mejorando por
momentos. Eso es una evidencia y los resultados del trabajo que se ha ido
haciendo son los que son. Pero quiero señalar algo que me parece importante. El
rugby femenino español de hace unos años, con los recursos de los que disponía,
consiguió unos resultados espectaculares, insólitos. Se ha sacado petróleo, y
petróleo del lomo de las jugadoras. Ten en cuenta que chicas con un año de
experiencia en el rugby se enfrentaron a jugadoras del nivel de Charlotte
Caslick y consiguieron resultados maravillosos. Y ese es el germen de lo que
hay ahora. Fuimos las que logramos que se nos hiciera caso a todos los niveles.
Ojalá aprovechen las jugadoras jóvenes las oportunidades que tienen al alcance
y de las que nosotras no pudimos disfrutar. Sea como sea, otros países han
avanzado mucho más rápido que España y lo que marca la diferencia en el alto
rendimiento es la calidad. No hace falta decir que eso tiene mucho que ver con
las inversiones que, en el caso de España, llegan con cuentagotas. Hay que
seguir escalando porque nos llevan ventaja’.
¿Qué posición te gusta ocupar dentro del campo?
‘Siempre digo que me gusta jugar dónde hace falta para que
el equipo mejore, pero en la tercera línea disfruto más que en otras
posiciones. Me gusta la batalla; y no me hace falta el balón para disfrutar’.
¿Qué puesto no te hace ninguna ilusión? (Se ríe y habla casi
con un poco de vergüenza, como si no quisiera reconocer lo que dice).
‘Odio jugar de talonadora’.
¿Pasas miedo jugando?
‘Sólo si me lesiono. Te enseñan a ser una buena deportista,
a competir, a jugar. Pero nadie te dice que tras una lesión grave no vas a ser
nunca la misma jugadora. Eso se descubre con una venda puesta y una docena de
puntos; y construirte desde ese lugar es muy difícil, cuesta mucho trabajo.
Evolucionas, creces... sí, pero debes construirte de otra forma’.
Hablamos del temor que tienen que superar las jugadoras que
comparten equipo con los chicos hasta los diecisiete años. Las diferencias son
evidentes y, a medida que crecen, se notan mucho en el terreno de juego. Y la
charla nos lleva hasta las jugadoras y jugadores transexuales.
‘En un asunto tan delicado no se puede generalizar y lo
mejor que se puede hacer es tratar cada caso de forma individual y con el
cuidado que merece para mantener intacta la seguridad de todos las jugadoras.
Sea como sea, no estamos hablando sólo de igualdad sino de mirar la realidad
con acierto. La realidad es que manda la genética, la biología, y los hombres
son más fuertes, son más rápidos y tienen condiciones físicas que no tienen las
mujeres. Somos personas diferentes’.
El rugby no es cosa de hombres ni de mujeres, es cosa de
todos. ¿Estamos de acuerdo?
‘El rugby es rugby. No hay más. Las diferencias son de
carácter cultural. Si una chica no prueba a jugar es porque no lo ve como
opción. Nadie le ha dicho antes que puede jugar, en el colegio no se ha
ofertado, en la televisión se ven otras cosas que nada tienen que ver con el
rugby... Nada más que diferencias culturales porque es un deporte sin
etiquetas’.
¿Eres una rugbier de los pies a la cabeza?
‘El rugby, en mi caso, es trabajo; mucho trabajo. Y es el
grupo. Eres parte de algo y no estás solo ni puedes hacer nada sin tu equipo. Y
eso se convierte en una forma de entender la vida, una filosofía de vida’.
El café se acaba y el tiempo también. Nos despedimos
sabiendo que estamos cerca y que, en mi caso, eso representa un auténtico
privilegio. Hablar tranquilamente con una jugadora de rugby que sabe lo que eso
significa y representa es un lujo extraordinario.
G. Ramírez
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