El tiro en la cabeza y un bebé en brazos

 

Ramón Baglietto y el coche que conducía el día que fue asesinado.

Viernes, 21 de septiembre de 1962.  Azkoitia (Guipúzcoa).

María Nieves Beristain, de 30 años, se dispone a cruzar la avenida de Calvo Sotelo (actual Xabier Munibe kalea). Su hijo mayor, José Manuel, tiene dos años y juega con una pelota. Kandido, de 11 meses y un día, va en brazos de su madre. José Manuel pierde su pelota que va a parar al centro de la calzada. Un camión se aproxima a gran velocidad, el niño persigue su pelota y María Nieves comienza a correr para poner a salvo al niño. Ramón Baglietto, dueño de una tienda de muebles, ve lo que sucede y logra llegar a tiempo para agarrar al bebé. La madre continúa su carrera aunque el camión pasa por encima de madre e hijo. Los dos mueren en el acto. Cuentan que Kandido no lloró puesto que, seguramente, no entendía qué había pasado.

Ramón Baglietto nació en Bilbao el 6 de enero de 1936. Era miembro de Unión de Centro Democrático, partido con el que había sido teniente de alcalde y que ostentaba el Gobierno de España cuando Baglietto fue asesinado por dos miembros de la banda asesina ETA. Fue el 12 de mayo de 1980. Le dispararon estando dentro de su coche. Con una metralleta y una pistola. Uno de los criminales se acercó hasta Baglietto para descerrajarle un tiro en la cabeza a bocajarro. Pocos días después, los dos asesinos fueron atrapados por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. El que disparó el tiro de gracia se llamaba Kandido Azpiazu y era el niño al que Ramón había salvado la vida 18 años antes.

Kandido Azpiazu, al salir de la cárcel (mucho antes de lo que tocaba), ocupó un local que estaba justo debajo de la casa de Baglietto y en el que, todavía, vivía su familia. La mujer y los hijos de Ramón tuvieron que encontrarse cada mañana con el asesino de su marido y padre. Azpiazu llegó a declarar en una entrevista publicada en El País el año 2001 que él no era un asesino, que había matado ‘por necesidad histórica, por responsabilidad ante el pueblo vasco, que es magnífico, que tiene una magnífica cultura, que habla una de las lenguas más antiguas de Europa, que nunca fue vencido por los romanos, ni por los visigodos, ni por los árabes. Un pueblo muy distinto al de los españoles'.

Creo que esta historia no admite matices, ni explicaciones, ni comentarios. Se trata de algo sin posible comparación; se trata de una muestra extrema de cómo, a veces, la realidad se retuerce sobre sí misma para generar situaciones que no podría imaginar un escritor dispuesto a narrar un drama casi imposible de creer, un escritor de mente oscura que indagase en el ámbito de la maldad más absoluta. Es la historia de un criminal monstruoso incapaz de entender que un territorio como el País Vasco es una parte muy pequeña de España; que España es una parte muy pequeña del territorio habitable del planeta Tierra; que la Tierra es un punto insignificante e irrelevante en el universo; que apenas somos nada y que nada justifica  ni puede dar sentido a lo que hizo. Siendo tan poca cosa como somos,, los seres humanos pueden llegar a cruzar límites de forma absurda y ridícula.

Ahora, está muy bien que en el País Vasco se haga política y que nadie utilice la violencia para imponer sus ideas, que hayan desaparecido un grupo de mercenarios que mataban sin razón alguna. Está muy bien que ETA no exista y que las reglas de la democracia funcionen a pleno rendimiento. Pero no podemos olvidar lo que pasó, el sufrimiento que se generó en nombre de una libertad dibujada con sangre. No podemos olvidar historias como esta que ponen los pelos de punta porque no cabe mayor maldad ni más cinismo. Tampoco más necedad ni estupidez.

G. Ramírez

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