El paraíso afgano y el postureo occidental
Las cosas en Afganistán van de
mal en peor. Dese luego las grandes perjudicadas son las mujeres, pero los
hombres tampoco deben ser felices del todo (conviene recordar que no todos los
hombres afganos son talibanes). Y en Occidente seguimos mirando lo que sucede indignados, llevándonos
las manos a la cabeza. Aunque miramos y solo miramos. Aquí nadie
mueve un dedo para solucionar un problema que pisotea la dignidad de las personas,
que destroza los derechos fundamentales de hombres y mujeres que deben estar viviendo aterrados una experiencia atroz.
La ley de moralidad en Afganistán
se ha promulgado y publicado de forma oficial el pasado miércoles. El documento
consta de cien páginas que reúnen treinta y cinco artículos que dejan atónito a
cualquiera (menos a un talibán, claro). El líder espiritual supremo afgano, Haibatulá
Ajundzadá, se debe haber quedado más ancho que largo después de crear un
documento tan tenebroso como este. Y las mujeres afganas (insisto en que, en
menor medida, los hombres también) pierden lo poco que les quedaba. Es una
tragedia abrumadora.
Las afganas tuvieron que dejar
las escuelas, institutos y universidades cuando los talibanes llegaron al
poder. Tuvieron que cubrir su cuerpo por completo. Dejaron de tener derechos civiles.
No les quedó casi ninguno. Ahora, todo se endurece y se oficializa.
Ya es ley que las mujeres tengan
que cubrir su rostro y el cuerpo entero para evitar ‘causar tentación’. Pero no
solo deben cubrir el cuerpo sino que, además, deben utilizar ropa que no marque
las formas. Las afganas tienen que olvidar los cosméticos y los perfumes. Todo
lo que recuerde a las mujeres no musulmanas está prohibido en Afganistán. Todo
esto, insisto, ya lo sabíamos aunque la novedad es que se suma que la voz de una mujer no podrá escucharse en
la calle de las ciudades y pueblos del país. Nada de cantar, de recitar un
poema o hablar frente a un micrófono. Y queda prohibido mirar a un hombre que
no sea de la familia.
Si alguien cree que esto puede
tener solución presionando desde Occidente está muy equivocado. Según Mohammad
Khalid Hanafi, ministro de la Virtud y el Vicio, la implementación de la sharía (ley islámica) y el hiyab no se pueden negociar por ser una línea roja para los
talibanes. No hay debate posible.
Los hombres que vayan olvidando la corbata, peinarse o afeitarse por debajo de la longitud de un puño. Nada de hablar con mujeres en público si no son parientes; nada de permitir entrar en transporte público a mujeres sin la compañía de un hombre. Y los medios de comunicación que vayan buscando alternativas a las imágenes en las que aparezcan seres vivos puesto que están prohibidas por la sharía. Un paraíso de país.
El espacio vital al que han condenado
unos fanáticos religiosos a millones de personas es un infierno. El escándalo
es mayúsculo en el mundo entero. El retroceso que se vive en algunos puntos del
planeta es una locura. Las mujeres, como de costumbre, pagan el pato y se
tienen que plegar a lo que una banda de brutos dicta. Y nosotros mirando sin
mover un dedo. Como ya es costumbre.
En Occidente tenemos un problema
serio. Una sociedad que no reacciona ante semejantes injusticias tiene un
problema inmenso, se está deshaciendo, se está desintegrando.
Deberíamos echar un vistazo a nuestra ruina y pensar un poco en qué pasaría si esto, un día cualquiera, sucediese dentro de nuestras fronteras. Perdón, ya pasa dentro de nuestras fronteras aunque hacemos como si no supiéramos de qué va la cosa. Eso sí, las redes sociales echan humo, la indignación es chispeante... Postureo.
G. Ramírez
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