¿Puede un hombre ser feminista? (II)
© Terry Spencer. British Children Outdoor Games in London Suburbs. 1970 |
Soy hijo, hermano y padre de militares profesionales. Crecí en un barrio militar. Además, en casa todos éramos varones salvo mi madre, una mujer que ahora tiene algo más de noventa años y que piso la escuela lo justito (la carrera de muchas mujeres en aquellos tiempos era, tristemente, casarse lo mejor que fuera posible), criada en pleno nacionalcatolicismo extremo y acostumbrada a servir a los hombres de la casa que eran los que aportaban jornales para sobrevivir. En definitiva, sin entrar en más detalles, tuve todas las papeletas en la mano para convertirme en un machista de pura cepa. Pero no lo soy aunque he de reconocer que algún ramalazo de machirulo se quedó enquistado no sé en qué momento. Creo que soy un milagro o algo así.
Una de las razones por las que me
puedo declarar feminista sin complejos es que estoy casado con una mujer sensata
e inteligente que ha sabido mostrarme la cara más amable del feminismo, un
feminismo alejado de los excesos, de las frases gruesas y de la ideología
extrema. Conversar con naturalidad sobre aspectos del feminismo que yo
consideraba de joven (en plena exhibición de ignorancia y paletez) lo contrario
al machismo, intentar comprender una postura ante la realidad que apenas
conocía o compartir la vida con intensidad, fue definitivo y lo sigue siendo.
Pero creo que la clave para hacerme
feminista convencido ha sido la lectura. Las convicciones se cimientan en
soledad, reflexionando, intentando aprehender con fuerza cada idea que
interesa. La lectura, como casi siempre, es la vía segura que nos lleva a
crecer como personas.
Si yo tuviera que recomendar algunos
títulos a todos aquellos que se declaran antifeministas o a los que se han
atrincherado tras lo que se dice en las redes sociales confundiendo el feminismo
con una especie de idea diabólica, comenzaría por señalar un pequeño librito
(en realidad es la transcripción de una charla que dio la autora, Chimamanda
Ngozi Adichie, si no recuerdo mal en alguna universidad de su país) que se
titula ‘Todos deberíamos ser feministas’; un texto irónico, divertido,
agradable y evocador. Más fácil imposible; más efectivo imposible. Otro de los
títulos que tengo en la cabeza es ‘Cómo ser mujer’ de Caitlin Moran;
divertido, gamberro, rompedor y muy
feminista. Se trata de una especie de autobiografía trufada de los principios
básicos del feminismo y de actitudes novedosas para cualquiera. Por ejemplo, la
autora aboga por que las mujeres coqueteen sin pudor en sus trabajos porque
afirma (con mucha razón) que los hombres se pasan la vida haciéndolo entre
ellos mismos, comiendo y riendo las mismas gracias, siendo cómplices unos de
otros… Y como esta, unas cuantas más. Es uno de los libros que han logrado que
me riese a carcajadas. Y es con el libro que descubrí el machista que llevo
dentro y que anda camuflado desde siempre en algún pliegue de mi personalidad.
Hasta que no decidí dejar los prejuicios a un lado, hasta que no decidí leer
con naturalidad el texto, no logré disfrutar. Y todas las pegas estaban
motivadas por esa forma de mirar a las mujeres que los hombres tenemos tan
interiorizada: deben ser recatadas, no pueden decir barbaridades salvo que sean
cabareteras, el humor de las mujeres es patético y cosas por el estilo. Leer lo
que piensa una feminista cuesta a cualquier hombre. Otra cosa es que nos
pongamos estupendos y neguemos todas las debilidades que nos acompañan en ese
territorio.
Por supuesto, los que quisieran avanzar en el conocimiento del feminismo tendrían que echar un vistazo a un texto esencial de Simone de Beauvoir titulado 'El segundo sexo'.
Para empezar esos tres libros serían más que suficiente.
En realidad, los hombres tenemos
un miedo atroz a la igualdad entre personas. Y el problema es que el miedo
bloquea y te convierte en un ser peligroso. Pero hablando con las mujeres,
leyendo a las mujeres y tratando de entender el mundo desde esa perspectiva tan
diferente que tienen ellas, se puede conseguir avanzar. Eso y siendo conscientes de nuestros
complejos, de nuestros prejuicios y nuestras debilidades respecto a las
mujeres.
G. Ramírez
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