Trump, Abascal, Díaz Ayuso, Alvise y la DANA de quinta generación
La emoción que causa comprobar la
inmensa solidaridad que puede acumular el ser humano es directamente
proporcional al asco que produce comprobar la mezquindad de la clase política y
de los fanáticos que siguen a un líder pase lo que pase.
Valencia, especialmente (no nos olvidemos
de Castellón, Cádiz o algunos pueblos de Albacete, por ejemplo) se ha
convertido en una zona arrasada por una DANA de cuarta o quinta generación, un
efecto del calentamiento global que ha segado la vida de decenas de personas,
ha destrozado negocios y, en definitiva, ha puesto del revés la vida de cientos
de miles de personas. Valencia se ha convertido en el dibujo exacto del planeta
que estamos preparando para nuestros hijos, en la imagen de la devastación del
único planeta en el que podemos sobrevivir como especie. Valencia se ha
convertido en el epicentro de la vergüenza provocada por una clase política que
corre para señalar al adversario. Es repugnante que, desde el primer momento,
algunos siguieran negando que el calentamiento global es una realidad
desastrosa mientras, aún, los cadáveres flotaban dentro de un garaje; es repugnante
que los mismos que critican unidades militares al servicio del pueblo o eliminan recursos y estructuras de vigilancia ambientales
(en Valencia lo primero que hizo el PP y Vox fue eliminar la Unidad de Emergencias Valenciana) se rasguen las vestiduras porque el Gobierno central no
hace esto o aquello; resulta patético que las redes sociales se llenen de
mensajes estúpidos sobre una tragedia de tamaño colosal.
Afortunadamente, el pueblo
español está demostrando una vez más que es solidario hasta lo improbable, que
sabe levantarse después de una caída formidable y que puede superar
cualquier adversidad. Afortunadamente, la Policía Nacional, la Guardia Civil,
el Ejército, la Cruz Roja, la Iglesia (sí, la Iglesia que ha puesto a funcionar
todos sus recursos para distribuir alimentos y dar cobijo) y, en general, todo
lo que se pagan con nuestros impuestos (las ONG’s y la propia Iglesia se
financian en parte gracias a las famosas cruces de la declaración de IRPF) es
lo que sacará del atolladero a todos aquellos que lo están pasando mal, muy
mal. Sin lo público la sociedad actual se desmoronaría digan lo que digan
algunos políticos.
Los negacionistas del cambio climático, del calentamiento global (si lo llamamos así no hay negación posible), siguen fiándose de líderes políticos que no saben mirar un termómetro sin equivocarse. Y hacen el ridículo día a día. Menudo mundo quieren dejar a sus hijos y menudo espectáculo dan sin saber ni de lo que hablan. Inexplicable que una boba o un bobo se pongan enfrente de científicos prestigiosos y que miles de personas se lo traguen. ¿De verdad que alguien puede creer que Trump sabe algo sobre lo que es el calentamiento global? ¿De verdad alguien se puede fiar de Santiago Abascal si habla de algo que tenga que ver con la ciencia?
Los que no quieren pagar impuestos porque se vive mejor sin redistribuir la riqueza del país y los que llaman a una especie de insumisión tributaria (por ejemplo el tal Alvise, un majadero de manual) deberían pensar en lo que están viendo estos días. Si no fuera por los impuestos que permiten tener recursos públicos con los que hacer frente a estos desastres estaríamos en peligro de volver a ser unos salvajes. Que alguien se lo diga, por favor, a Isabel Díaz Ayuso, que será muy peleona (macarra política diría yo), pero que atesora una ignorancia desoladora en muchos aspectos de economía o ciencia.
Se me ponen los pelos de punta
viendo cómo cientos de voluntarios caminan kilómetros para ayudar a sus
vecinos, llenos de barro, hambrientos, sin apenas agua. Eso sí que representa a
todos los españoles de bien. Me dan arcadas escuchando a los políticos, leyendo
mensajes en redes sociales en busca de la división y de un puñado de votos. Eso
no representa nada ni a nadie que no sea un ser despreciable.
G. Ramírez
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