Asumamos el fracaso con toda la elegancia posible
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Una imagen de 'El lobo de Wall Street' |
Los orientales, cuando tienen un
conflicto, un problema o pasan por momentos difíciles, suelen evitar buscar las
causas y los culpables más allá de ellos mismos; al contrario, tienen aprendido
que todos y cada uno de nosotros somos un problema de difícil solución, que
nuestras bodegas están hasta arriba de porquería y que buscar fuera puede aliviar
o enmascarar la realidad aunque sea en vano pasado un tiempo. Por eso, los
orientales tienden a solucionar los problemas sin ayuda, sin señalar y de forma
bastante contundente. Y por eso los orientales asumen los fracasos de forma
mucho más natural y, por tanto, sana. Fracasan con gran elegancia si lo
comparamos con la actitud de los occidentales. Son especialistas en la poética
del error.
Los occidentales cargamos el
fracaso al primero que pasa por delante, intentamos analizar contextos y
situaciones en las que parecemos espectadores sin que se tenga en cuenta una
posibilidad incómoda y peleona: muchas veces, casi siempre, nosotros mismos somos
el problema o formamos parte de él. Acusamos, tergiversamos, juzgamos y nos
ponemos muy estupendos, pero lo de asumir lo llevamos regular. La culpa es de
otro (generalmente de alguien que no puede defenderse porque ya no está) y
nuestras bodegas están impecables. Si, por ejemplo, un equipo de fútbol fracasa
cada año y no sube de categoría, el entrenador y el presidente del club
hablarán de un problema de mentalidad y nunca aceptarán que el equipo llega
cada año a la final de la competición en condiciones físicas penosas o si el
sistema táctico es un desastre o, simplemente, no existe.
No hace falta señalar que en Occidente
estamos muy equivocados en el planteamiento y que sería mejor que buscásemos la
causa de los problemas en nuestro interior, al lado de las posibles soluciones
(aunque parezca una paradoja, los problemas siempre están junto a las
soluciones).
En Occidente fracasamos de forma
ramplona, sin clase alguna, alejados de una elegancia básica. Veamos un ejemplo
que puede ilustrar todo este asunto.
Imaginemos un equipo de ventas
que esté pasando por dificultades. No se consiguen clientes nuevos, no se
cumplen objetivos, se pierden operaciones fáciles y nadie quiere trabajar en esa
compañía. Todo son problemas, cada día hay menos gente dispuesta a formar parte
del proyecto y la entidad resulta antipática y problemática para profesionales
del sector. Les garantizo que el Jefe de Ventas lo primero que dirá a su equipo
es que la responsabilidad de lo que está pasando es de cada uno de los miembros
del equipo (si la cosa mejora o si la fortuna acompaña y hace que la competencia
sea todavía peor, ese mismo Jefe de Ventas dirá que el mérito es suyo y que el
equipo ha tenido que plegarse a su forma de entender las cosas). No trabajan
ustedes lo suficiente, no pueden ustedes presumir de formar parte de un proyecto
solo para poder cobrar a final de mes, no puede ser que cada uno vaya por su
cuenta… Mensajes de este tipo son los que escuchan los integrantes de un equipo
condenado a ser mediocre; esos que no cambian de compañía por temor, por no
saber intuir que más allá de la empresa el mundo es ancho y está lleno de
posibilidades. Por supuesto, claman al cielo y se llevan las manos a la cabeza.
En privado, se dicen unos a otros que la culpa es del jefe, de ese hombre o esa
mujer incapaz de poner orden en el equipo comercial, de enseñar lo básico sobre
el producto a su gente o fijar las pautas de un proceso de ventas
indispensable; en privado comentan que ese hombre o esa mujer saldrán pitando,
en cuanto puedan, a destrozar otro grupo y que el proyecto les importa muy poco
porque lo que les interesa son ellos mismos. En público, al contrario, cierran
filas y prometen una fidelidad estúpida y servicial construida desde el miedo.
No son pocos los que señalan a sus compañeros para culpar y tapar sus propias
miserias. Y si alguno deja el grupo, por supuesto, es marcado como si fuera una
sabandija y todos dejan de hablar con él o ella por si eso les puede
perjudicar. Sectas cutres, pero sectas. En Occidente somos especialistas en la
poética de lo casposo. Y así, instalados en la mediocridad, se sigue adelante
hasta que todo se viene abajo y es imposible continuar.
¿Ha escuchado usted a los
políticos al hablar de un problema? ¿Ha asistido a un solo reconocimiento de
culpa por parte de alguno de ellos? Imposible. Les falta elegancia para asumir
sus propias miserias. Y usted ¿cómo lleva eso de fracasar o de generar
problemas? ¿Reconoce sus culpas? Yo lo hago regular. Es que soy de Toledo y no
suelo codearme con japoneses o coreanos o tailandeses.
Sería maravilloso mirar hacia
dentro. Es doloroso, árido, incómodo. Es más fácil hacer lo que hacemos, echar
las culpas a diestro y siniestro con cinismo, sin empatía. Mal. Muy mal. Eso
sí, como trituradores de personas somos infalibles.
G. Ramírez
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