Experimentos (I): Un gesto y una palabra
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Una niña (no mayor de 10 años) en mitad de la acera. Parada. Sonríe a todos los que van pasando. Además, les dice ¡hola!; con gracia, ternura y verdad. Todos, sin excepción, le devuelven la sonrisa y el saludo; con sorpresa, alegría y verdad.
Se trata de un experimento. Han hablado en el colegio de la necesidad de mostrar la cara más amable a los demás para que el mundo sea más bonito. Y el resultado no puede ser mejor: si dedicas la mejor de tus sonrisas a los otros, ellos te devuelven la mejor versión de la que disponen; si sonríes con trasparencia el mundo luce mucho más bello; lo normal es que una sonrisa se pague con otra.
Por supuesto, esa niña ha logrado que treinta o cuarenta personas se hayan podido ir a casa con esa sensación de pertenecer a un grupo maravilloso, con la imagen de una cría radiante haciendo algo que debería ser lo normal y se ha convertido en una rareza. Y esa niña ha logrado que el planeta entero se alegre y que sea un lugar mucho más agradable.
Un gesto tan pequeño. Un par de sílabas. Y, voilà, luz por todos lados. Un éxito sin precedentes.
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