Los verdaderos esclavos usamos la Internet


Me pregunto qué es eso de poder acoger un número concreto de inmigrantes, de fijar cuotas cuando estamos hablando de salvar vidas humanas. Esto de repartirse hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos y ancianas como en una partida del Monopoly, a mí, me resulta repugnante.
Me pregunto cuántos niños van a tener que morir ahogados en el mar antes de que dejemos de mirar atónitos el televisor sin mover un dedo. Me pregunto qué hace falta que nos pongan enfrente para que dejemos de pensar en las cosas pequeñas de la vida y nos hagamos cargo de que nuestra misión en este mundo es hacer las cosas bien para dejar un mundo mejor a los que están por llegar. Miramos el televisor creyendo que es todo una telenovela, que es producto de la ficción y que, por tanto, no es necesario hacer nada para evitar lo que sucede. Y eso de dejar en manos de los Estados la solución del problema es cínico. Todos somos responsables de lo que está pasando. Es verdad que algunos han comenzado a ofrecer su ayuda. Un puñado de particulares. Alguna que otra entidad. Pero lo hacen sin ton ni son. El problema no se solucionará con una cama y un té caliente. La buena voluntad tiene aristas muy peligrosas. Y, en este caso, una de ellas es que las buenas personas olvidan que el problema pasa por la integración, por un trabajo digno, por una pedagogía bien desarrollada. La solución pasa por exigir a los gobiernos que construyan estructuras de apoyo sólidas y duraderas. 
La imagen de un niño  a punto de morir, agarrado por un adulto desesperado mientras su patera naufragaba en un puerto canario, ha dado la vuelta al mundo. Sin embargo, esa vuelta al mundo se ha quedado en una especie de tour del horror que nos ha conmovido, que nos proporciona una excusa más para encontrar culpables entre esos salvajes que viven más allá. Siempre la misma historia. Salvo unos pocos, nos llevamos las manos a la cabeza, las bajamos y seguimos a lo nuestro. 
Es verdad que los locos que empuñan un arma en nombre de Dios son peligrosos, que los dictadores que van a lo suyo y no sienten la más mínima compasión con sus compatriotas son despreciables. Tan verdad como que en Europa estamos dando un espectáculo inaguantable. Seguramente terminemos haciendo algo. Pero ya será tarde. Al menos para ese niño y para miles de personas ahogadas en el Mediterráneo, miles de personas muertas en una guerra estúpida y cruel, miles de personas muertas a causa de las injusticias que estamos cometiendo desde hace mucho tiempo entre unos y otros. Deberíamos haber evitado este desastre ayudando a los países en los que se estaba gestando la tragedia. Y no lo hicimos. Y ahora nos explota en la cara nuestra falta de solidaridad y seguimos sin saber afrontar las cosas. 
Creemos que nunca nos va a pasar algo así, que las guerras ya no van con nosotros, que nuestro bienestar es intocable. Gran error. Creemos que el peligro viene de lejos, que más allá se matan porque los pueblos que están separados de nuestro gran progreso son una especie de bárbaros que dan vueltas y más vueltas alrededor de su fanatismo religioso. Creemos que estamos por encima del bien y del mal. Gran error. Ese niño muerto, esos padres desesperados que tratan de escapar del horror, son personas. Eso de entrada y sobre todo. Son personas. Tanto como nosotros cuando nos llevamos las manos a la cabeza para, poco después, bajarlas y traducir nuestra vida a euros, a objetos y a un ancho de banda. Aunque nosotros veamos un documental terrible ellos siguen siendo personas. 
Tal vez el exceso de información sea la causa de nuestro inmovilismo. Es tanto lo que llega que no damos más de sí, es tanto lo que llega que nos hemos acostumbrado a todo y nos hemos convertido en marmolillos. Tal vez sea la mala información la que nos hace recibir los mensajes con la ceja levantada sea lo que sea que estemos recibiendo. Tal vez tan solo sea miedo a perder nuestros privilegios. Hagamos lo que hagamos, ya hemos dejado que la situación sea insostenible. Pero hay que tomar decisiones. No sé cómo los políticos siguen reuniéndose es salones estupendos para analizar una situación que no requiere de grandes observadores. No sé cómo los políticos tienen gran facilidad para enviar tropas a un lugar y ninguna para evitar un conflicto como el de Gaza que está poniendo en peligro muchas cosas. El desastre humanitario es colosal. Pero el cultural también. Y, desde luego, si algo está en peligro, es la propia condición del ser humano que se tambalea y se desintegra. Lo único intacto es la adoración por el dinero y la falta de un sentido solidario universal. Somos cínicos. Nos falta humanidad. Queremos sentirnos libres en nuestra parcelita sin querer saber lo que está pasando al lado, sin mirar. Y así, los grandes esclavos no son los niños que mueren en el mar porque una patera ha naufragado, ni los padres desesperados, ni los jóvenes que buscan un futuro digno. Los verdaderos esclavos somos nosotros, los europeos que miramos los televisores con asombro mientras cenamos, los europeos que creemos estar salvando el mundo al publicar en las redes sociales una foto con un comentario que habla de injusticia o de algo lacrimógeno que ya no cuela ni a la de tres. Somos cínicos e injustos. Y nuestros políticos son torpes e inútiles cuando usan estas tragedias para ganar un puñado de votos diciendo cosas que sonrojan a cualquiera. Si hicieran algo útil ganarían millones de votos. Debe ser que ni son capaces ni tienen ganas. 
Somos esclavos de nuestra propia estupidez, de nuestra falta de cultura. Somos esclavos porque estamos dejando de ser hombres y mujeres comprometidos con otros pueblos.
G. Ramírez

 

Comentarios

  1. Pues no no me siento un esclavo , soy un hombre formado y fiel a mis creencias, soy Europeo y Español por nacimiento y tampoco me siento cínico ni injusto. Si es verdad que veo los noticieros y soy plenamente consciente de lo que ocurre, inmigración ilegal y guerras , niños que sufren y familias destrozadas.
    Pero no soy un cínico ni me falta humanidad, uno no deja de asombrarse todos los días pues son muchas las desgracias.
    Por mucho que queramos ayudar no podemos parar ese flujo constante de personas que arriesgan su vida pagando por un viaje una fortuna a las mafias que los arrastran hasta las costas europeas. No son las personas, son las mafias que operan las que manejan el negocio con absoluta libertad. Y los políticos europeos lo saben y los políticos españoles lo saben. Pero al mismo tiempo, tiene la contrapartida de generosas subvenciones a las ONGS que participan en este oscuro y sucio negocio. España aporta grandes sumas de dinero a Marruecos para paliar este chorro de inmigrantes. Y se ríe de nosotros con la mas descarada de sus sonrisas. Recientemente el Rey de Marruecos a realizado indultos masivos que suman 37.243 presos , en poco más de seis años. Fuentes de FRONTEX confirman que muchos de estos indultados huyen de la vigilancia marroquí y llegan al litoral español a través de rutas de inmigración ilegal, incrementando el riesgo yihadista en Europa.

    Ni soy ignorante, ni soy esclavo ni soy insensible, indiferente o frio ante este problema que considero que tiene solución , pero ya sabemos en manos de quien estamos. LG

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