Un bulldog más uno de Toledo es igual a una fantasía

En un par de días, Gaia cumplirá cuatro años. Ya es adulta, ya ha templado el carácter, ya se relaciona con tranquilidad con otros perros y con las personas. Con los niños sigue siendo la reina del equilibrio emocional y no conozco a otro perro que sea capaz de jugar con los más pequeños con tanta dulzura y con tanta delicadeza. El cuatro de diciembre se cumplirán cuatro años desde que llegó a casa para vivir con nosotros, desde que la luz es más intensa en cualquier rincón del piso.

Gaia es una más en casa y comparte con nosotros casi todo lo que hacemos. Es un corazón vivo bajo el mismo techo. Eso es todo, no hay debate más allá de eso. Y, como ya he dicho alguna vez, el vínculo que ha generado con todos nosotros es intenso, maravilloso, esencial, definitivo.

Salgo con ella a la calle, cada día, un par de horas. Muy, muy, pronto por la mañana y cuando la luz del sol ya se difumina entre los árboles del Parque del Retiro madrileño. No es raro vernos sentados en un banco mientras compartimos algo de fruta, no es raro vernos jugando saltando en los charcos o entre los aspersores en marcha. Caminamos despacio, dando tiempo a cada movimiento para que parezca útil. No discutimos, nos miramos y nos comprendemos, Gaia no obedece en absoluto y yo se lo permito de buena gana porque me parece que un animal cualquiera no ha venido a este mundo a seguir instrucciones (a veces absurdas) y claudicar con todo lo que le echen. Tanto el animal como su tutor deben saber acoplar sus ritmos y sus intereses para ser felices. Se trata de eso, de ser felices, de aprovechar la multitud de momentos inolvidables que se experimentan. Por ejemplo, estando con Gaia en el parque logro olvidar que el mundo es una auténtica estafa, que el ser humano es una máquina de destruirse sin contemplaciones, que nos gobiernan una banda de locos ineptos que da miedo o que los problemas son infinitos. Y eso es mucho decir.

Gaia es una perra (preciosa). Yo soy un ser humano (imperfecto a más no poder). Ambos hacemos una pareja ideal. Así lo vivo y así lo cuento. Y estos cuatro años los tengo apuntados en el haber puesto que he recibido una enorme cantidad de cosas sin obligación de dar nada a cambio. La unión de un animal y una persona es impredecible; en el caso del que escribe y su bulldog ha sido tan inesperada (nunca un animal me había tocado el corazón de esta forma) como extraordinaria.

El caso es que Gaia cumple cuatro años y hay que celebrarlo; el caso es que Gaia lleva casi cuatro años en casa y eso es motivo de alegría. El caso es que Gaia nos ha cambiado la vida a todos en casa. El caso es que la luz de Gaia nos alumbra en el camino que nos lleva a no sabemos dónde.

Felicidades, Gaia.

G. Ramírez

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