El amor de tu vida son los padres
Cada vez que nos enamoramos creemos estar ante el amor verdadero, puro e infinito. Y nos dura lo que dura ese enamoramiento que nos convierte en seres estúpidos carentes de una capacidad mínima de reflexión. Cuando se pasa la idiotez superlativa y a uno le da por pensar, llega el momento de recolocar cada cosa en el sitio que le corresponde. Por ejemplo, aprendemos a fingir que, efectivamente, nuestra pareja es esa persona que buscábamos desde niños. Nos llegamos a convencer de haber encontrado a esa persona entre casi ocho mil millones de personas, sin pensar en que ya hay que tener potra para que eso sea posible. Y entonces, solo entonces, descubrimos que el amor era una cosa muy distinta a lo que nos mostraron en el cine, en los libros religiosos o en las malas obras literarias.
El amor es tranquilidad de ánimo, es un futuro tan incierto
como deseado, es dejarse querer (sí, sin eso nada es posible), es un hijo al
que tienes que cuidar, es aguantar la vejez de los padres sin ganas de tirarte
por el balcón, es saber que al llegar a casa alguien estará esperándote o
tendrás que sentarte a esperar tú. El amor es cualquier cosa que nos haga
sentir necesarios porque para querer o ser queridos somos parte de la ecuación de
forma ineludible.
No creo que exista el amor de tu vida. Creo firmemente en
que el amor es la vida, la vida entera. El amor de tu vida son los padres, lo
mismo que los Reyes Magos de Oriente, unos tipos que han dado mucho juego hasta
que dan el disgusto porque alguien les
quita la máscara.
G. Ramírez
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