El instante antes de morir
¿Cómo será ese instante antes de morir para cada ser humano?
Nadie lo sabe. Podemos imaginar esto o lo otro aunque nadie puede saberlo o, ni
siquiera, intuirlo. Lo único que es seguro es que sentiremos una enorme emoción
en ese último suspiro, en esa micro millonésima parte de seguro que nos llevará
a las puertas de la muerte. Sí, emoción. Según la RAE, una emoción es la alteración
del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta
conmoción somática. Y morir puede alterar el ánimo de cualquiera como todo el
mundo puede llegar a imaginar.
No saber si todo acaba o todo empieza; no alcanzar a
entender la nada que nos espera o esa vida eterna que algunos prometen; dejar
lo material atrás para comenzar una nueva existencia o, tal vez, dejar lo
material y cualquier tipo de existencia… No sabemos qué pasa el instante
después. Sólo podemos saber que nos emocionaremos justo antes de morir.
Sea como sea, la nada (recuerdo a todos que no tiene color o
forma, no huele, no es inmensa, es la nada y eso sobrepasa nuestra capacidad de
raciocinio) o la vida eterna nos debe traer sin cuidado. La nada porque se
acabó lo que se daba por más que nos pongamos a patalear. Hay que conformarse
con que dejamos recuerdos en la consciencia de otros y que así (mientras somos
nada) seguimos pintando algo en el mundo que dejamos. La vida eterna porque ya
se nos pasan los miedos sabiendo que esto no se acaba ni a la de tres (vida
eterna, reencarnación o cualquier zarandaja que nos hayan vendido los curas y
magos desde las cavernas).
Desde que pensé estas cosas, ya hace muchos años, procuro
emocionarme sin tener que morirme. Y una de esas emociones la encontré en un
poema de José Hierro. Es este:
'VIDA'
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito ‘¡Todo!’, y el eco dice ‘¡Nada!’.
Grito ‘¡Nada!’, y el eco dice ‘¡Todo!’.
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
Este soneto de José Hierro sirvió de epílogo en su último libro ‘Cuaderno de Nueva
York’. Y alivia mucho leerlo cada mañana para no olvidar lo que nos viene
encima y lo que somos.
Que la emoción por morir no sea la única de nuestra vida. Lean poemas, vean películas, miren cuadros y, sobre todo, contemplen cualquier cosa como si fuera una obra de arte.
G. Ramírez
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