El silencio de una mirada
Los seres humanos somos muy ruidosos, vivimos instalados en
el constante murmullo, en la frase interminable, en los compases de una banda sonora
que no parece tener límites y que se compone en un 90 por ciento de sonidos
molestos y sin sentido. No paramos de hablar y no dejamos de movernos sin tener
el más mínimo cuidado. Somos ruido.
Debe ser por eso por lo que nos gustan tanto esos momentos
de silencio que disfrutamos en tan pocas ocasiones; debe ser por eso por lo que
un paseo con nuestras mascotas se convierte en el momento preferido del día, en
esos instantes en los que no le debemos nada a nada ni a nadie, tan solo a un
silencio que guardamos junto a nuestros perros o nuestros gatos como si fuera
un verdadero tesoro.
Gaia es la mascota que vive con nosotros desde hace algo más
de dos años. Bulldog inglés. Preciosa, cariñosa, juguetona. No habla y apenas ladra
aunque no hace falta que lo haga para saber que me espera con alegría aunque
haya salido dos minutos a comprar el pan, que disfruta jugando a cualquier cosa
que pueda compartir conmigo, que se preocupa intuyendo que algo no anda bien
(ahora que estoy recuperándome de una operación de rodilla procura no ser
brusca al moverse y la primera noche tras la intervención se tumbó a mi lado y
no movió un músculo hasta que me levanté a la mañana siguiente). Gaia es la
mejor anfitriona de la casa y si nos visita algún niño ella se ocupa de jugar
con él sin parar. Gaia forma parte de lo que somos y el mundo es inimaginable
sin ella.
Gaia no protesta, no se enfada, no mira de soslayo lo que
sucede porque no entiende de maldades. Gaia es feliz estando con nosotros. Eso
es todo. Y no hace ruido, y no espera una contestación, y no es impertinente.
Agradece estar con nosotros, solo eso.
Las mascotas nos enseñan a ser más silenciosos, más
reflexivos; nos obligan a manejar la intuición para saber qué está pasando, qué
demandan de nosotros. Las mascotas nos cambian la forma de entender las cosas.
Nos obligan a querer incondicionalmente como lo hacen ellas.
Una mirada de la mascota es sincera, un abrazo de la mascota
es puro respeto y amor, una caricia es verdad y pureza. Por eso es tan
importante que veamos en los animales ese complemento perfecto a lo que somos y a lo que hemos venido a hacer
a este mundo. Sin los animales no podríamos ser lo que somos.
Mientras escribo estas líneas, Gaia está tumbada a mi lado. Sé que está esperando que acabe para que le acaricie, para que le dé un trocito de pan o para que le lance la pelota entre los muebles de casa. Espera paciente. Mira tranquila la pantalla del ordenador por si se produce el milagro y se apaga. En silencio, dejando que pueda pensar.
El silencio de la mascota. La calma. Estar acompañado y en paz.
G. Ramírez
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