¿Eres feliz? ¿Cuánto y cómo?
Los españoles somos un 6,421 felices. Ya sé que dicho así
parece una bobada, pero es el dato que aporta el informe anual de felicidad de la ONU.
El economista Jeffrey Sachs y su equipo se pusieron manos a
la obra el año 2012 para realizar un estudio más que interesante. Aquí no se
trata de conocer la percepción de felicidad por parte de los encuestados sino
utilizar elementos más solventes y más cercanos a lo objetivo. El producto interior
bruto (PIB) per cápita se ajusta respecto a la capacidad adquisitiva de los
ciudadanos de un país (en el estudio anual se incluyen 140 países) y a la
esperanza de vida al nacer, siendo este un elemento esencial del estudio. Por
otra parte, se recaba información a través de una encuesta global de Gallup que
se centra en cinco ítems (tener alguien con quien contar, la libertad para
tomar decisiones vitales, la generosidad medida a partir de los encuestados que
donan, la percepción de la corrupción y las emociones positivas y negativas). Y
todos los datos, se meten en la coctelera y se estudian para medir esa
felicidad tan deseada por el ser humano y en cada país.
Por eso, es usted 6,421 feliz. Espero que ahora ya se
entienda mejor semejante majadería. Y, por eso, los finlandeses son un 7,741
felices, los más felices entre los felices. Es evidente que el PIB tiene un
peso importante en el estudio porque alguien que no ve el sol unos meses al año
y no sabe lo que es ser feliz de verdad (con una cerveza a un lado de la hamaca
y unas aceitunas al otro) dice tener emociones positivas a espuertas sin
valorar el efecto de la botella de vodka que se acaba de meter entre pecho y
espalda (por puro aburrimiento).
La felicidad es una sensación transitoria y breve. Si damos
por bueno el dato que aporta el informe de la ONU, podríamos entender que durante
el año somos infelices el 3,579 de nuestro tiempo (ya sé que es una forma
bastante particular de analizar los datos y meter el factor tiempo aquí es
arbitrario). Poco me parece a mí. Felices, lo que se dice felices, nos sentimos
algunas veces al año. Infelices bastante veces más. Y ni sentimos ni padecemos
el resto del año, es decir, casi siempre. Estamos narcotizados y no nos paramos
a pensar en nuestra felicidad hasta que nos encontramos en la puerta del
despacho del terapeuta. Eres feliz y un minuto después ya no sientes lo mismo,
pero nos da igual hasta que ya es tarde.
La felicidad es eso que sentimos cuando creemos que la
fortuna nos sonríe aunque estemos rodeados de enfermos, conflictos bélicos,
indigentes, niños aplastados por los escombros de un edificio bombardeado o
mujeres maltratadas hasta la muerte. La felicidad es ceguera, sobre todo
ceguera.
La felicidad es conformarse con que el entorno no sea hostil
del todo. Cosas parecidas a esta son la felicidad.
Sí, sé que muchos no estarán de acuerdo con todo esto y que
están más tranquilos pensando que somos 6,421 felices. Pero es que eso de pasar
por la vida de puntillas, acomodado en una butaquita sin querer salir a la
calle por si me cae un piano de cola en la cabeza, no creo que sea vivir. Vivir
es buscar esa felicidad tan difícil de encontrar y tan imposible de mantener
intacta; vivir es enfrentarse con lo feo del universo para saber apreciar esos
espacios reducidos que nos hacen felices por un espacio pequeño de tiempo y que
nos permite seguir adelante sin dejar atrás la condición de lo que somos. Sin
vivir es imposible la alegría.
Si tuviera que decir cómo de feliz soy, creo que diría que
un 2,009 feliz, pero capaz de aprovechar esa cantidad tan ridícula para
intentar entender qué diablos hago aquí. Lo he dicho un millón de veces: aquí
estamos para morir y para, antes, cuidar de los demás. Eso es todo. Y asumirlo
proporciona una intensa e inmensa felicidad.
G. Ramírez
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