Influencers: Caraduras, incultos y tocinos
¿Qué es un influencer?
Pues debería ser alguien que, dado su conocimiento sobre un asunto concreto y
su presencia en redes sociales, resultase interesante para una marca comercial
que podría utilizar su imagen para vender sus productos. No hay que olvidar que
los influencers terminan siendo prescriptores de distintas marcas aunque sean más tontos que un pie. Un influencer
es un elemento más de un sistema económico disparatado que está a punto de colapsar
y que se llama capitalismo. Esto debería ser un influencer, pero la realidad es
otra. Porque, salvo un puñado de ellos que generan excelentes contenidos y canalizan
valores (económicos y éticos), la mayor parte son personas (suelen ser jóvenes) que dedican su tiempo a decir idioteces sin filtro, a fotografiarse
con una capa de filtros indecente (con lo que no muestran la realidad), y a
tratar de vivir del cuento para lo que llegan a las amenazas si no se salen con
la suya (van a un restaurante y advierten de que si tienen que pagar hacen un directo
desde allí mismo para hablar mal del establecimiento). Es decir, un altísimo porcentaje
de influencers son seres medio gilipollas disfrazados de influencers. Y son casi el 100 por cien los que están convencidos de que, allá donde vayan, deben estar exentos de pagar la factura. Son medio gilipollas y tienen una cara más dura que el cemento.
En mi barrio viven dos influencers muy famosos. Una joven que no sabe
hacer la o con un canuto y se dedica a publicar una cantidad de majaderías
insoportable. Las fotos se las hace su madre con el móvil (en lugares cutres hasta más no poder) y ella aparece
irreconocible en cada retrato. No llego a entender que alguien siga en redes a un ser
tan estúpido. No es capaz de construir una frase
correctamente, no tiene ni una idea en la cabeza. Inexplicable. Hace poco me
dijo que se embolsa dos mil euros al mes y que recibe una cantidad de productos
inimaginable para promocionarlos. No es mayor de edad todavía. Por supuesto, su curso académico ha quedado
reducido a la nada, como su mente. El otro que vive cerca es un tipo bastante
maleducado. Camina mirando a los lados para comprobar que le reconoce medio
mundo cuando, en realidad, le conocen sólo los que le siguen. Y, a decir verdad, no parece que
ninguno viva por aquí cerca. Este sujeto ha llegado a decir que no sabe si el porno
es machista o no, que a él le parece que es un cine amplio y a la carta, y que
no deja de ser una válvula de escape para cualquiera que lo consuma. No sabe,
pero lo dice, Y los que le siguen se lo creen. Miles de personas siguen a un
tipo que dice cosas sobre lo que no sabe. Ya les adelanto que no sabe de nada.
Este es un tocino que se lee tres o cuatro webs antes de decir una chorrada y
que no ha visto un libro en su vida. Esos son los influencers que tengo más
próximos. Una chica que muestra imágenes en las que, sin duda, no aparece ella
sino lo que el filtro permite. Un tipo que no sabe de lo que habla y no tiene
problemas en soltarlo si eso significa ingresos de cantidades elevadas.
También conozco influencers casposos. Son los que venden
productos de tercera a un precio de cuarta y se sienten realizados por tener
unos miles de seguidores. Suelen ser caras poco conocidas que aprovechan la
idiotez de los directivos de empresas que creen estar haciendo un buen negocio
si dejan pasar unos días en sus instalaciones (supongamos que se trata de un
hotel) a estos influencers de palo y que, por supuesto, no logran ni un
cliente. El grado de patetismo es insoportable entre los directivos de las empresas y los propios influencers.
¿Cómo es posible que alguien como Tamara Falcó tenga éxito entre un nutrido grupo de seguidores diciendo cosas como, por ejemplo, que los ricos pagan más impuestos y deberían tener más ayuda del Estado por ello? Si alguien aplaude algo así es que no entiende nada de nada. El reparto más equitativo de la riqueza a través de los impuestos es algo tan básico que resulta sorprendente escuchar un aplauso cuando una ignorante lo suelta y se queda tan ancha. La señora Falcó es el ejemplo de vacío existencial rentable como nadie pudo antes imaginar. Que alguien por ser ignorante pueda facturar es una cosa alucinante.
Hemos logrado que personas que no aportan nada, que no hacen nada de provecho y que quieren vivir del cuento, se estén construyendo un futuro. Será un futuro bastante estéril a corto plazo aunque, de momento, ahí están tocándose las narices y ganando un dinero que resulta insultante. Nunca antes tanta gente había ganado tanto dinero por no hacer nada. O maquillaje, o estancias en hoteles, o figuritas de mazapán durante un año o almohadas con formas imposibles. Ser un ser vacío y disfrazarse de ser vacío para triunfar es lo más de lo más en la historia del marketing.
No tardaremos en ver cómo todo se desmorona.
G. Ramírez
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