Mi amor no es tu amor; tu amor no es mi amor
Tenemos la mala costumbre de pensar que el amor es cosa de
dos. Es verdad que podría parecerlo, pero no es así ni de lejos. Otra cosa bien
distinta es que en las cosas del amor suele haber más de un involucrado.
El único amor que funciona como un reloj es el amor a uno
mismo. Ese no falla nunca. La intensidad es perfecta, llega en el momento
adecuado y es, exactamente, como queremos que sea. Pero el amor que pueden sentir dos personas (si es que lo sienten), el uno por el otro, suele ser un
desastre porque lo valoramos como cosa de dos siendo un problema individual.
Nos pasamos media vida pidiendo que nos amen. Pero
demandamos el amor en un tiempo determinado, con una intensidad determinada y
de un modo determinado. Pedimos amor 'a la carta' cuando el amor es una de esas
cosas incontrolables que no podemos manejar ni en sueños. No sabemos querer
como nos piden; sólo somos capaces de amar como nos permite nuestra forma de
entender el mundo. Y lo mismo nos pasa, lógicamente, en el caso de tener que dejarnos
querer. Pedimos amor y recibimos amor siempre con el cuchillo entre los
dientes. Nadie quiere a otro de la misma manera que ese otro lo hace, ni en el
mismo tiempo, ni con la misma fuerza o desgana. Pedimos a voces que lo nuestro
sea un espejo para las cosas del amor. Algo que no puede ser. Cada cual ama
como puede, como le dejan. Cada cual deja de amar en un momento justo que nunca
coincide con el del otro.
Si pudiéramos amar y dejarnos querer ‘a la carta’ no
existiría el fracaso en estas cosas de las parejas. Pero el amor no llena
recipientes iguales. Mientras unos intentan colmar tinajas, otros lo llevan
entre las yemas de los dedos. El amor es cosa de uno mismo.
Un detalle esencial: el amor no consiste en dominar el arte
del trueque. Porque el amor es gratis. Rechazarlo también. No se trata de
cambiar amores propios por amores ajenos. El amor se recibe o se entrega sin una romana en la mano, en
silencio. Y, paradójicamente, asumiendo que eso de amar tiene un precio muy
elevado que ha de pagar cada uno. Una moneda de felicidad que suele ser única y
que, una vez perdida, es difícil de recuperar.
Digo todo esto porque; esta mañana mientras esperaba a que
llegara a la consulta mi fisioterapeuta con intención de hacer que flexione la rodilla, es
decir, con intención de hacerme llorar de dolor; una joven decía a alguien que
estaba al otro lado del teléfono que necesitaba que le amase, que sin eso no
podría seguir adelante y que ella le amaba sin condiciones. Me ha obligado a
pensar en lo ridículos que nos ponemos al hablar del amor, de lo cuidadosos que
tratamos de ser sabiendo que le vamos a joder la vida al otro y queremos que el
daño sea el menor posible (no hay daños pequeños en las cosas del amor); del miedo que pasamos al comprobar que nuestro mundo entero se hace añicos, me ha
obligado a pensar en todo menos en mi rodilla que, dicho sea de paso, sigue sin
funcionar. Como las cosas del amor desde que el ser humano ocupó la primera
caverna.
G. Ramírez
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