¿Prohibida la presencia de niños? Lo que faltaba



Cada día que pasa, es habitual encontrarse con el veto a niños y mascotas en establecimientos públicos. Hoteles, restaurantes, vagones de tren (hay que ir en absoluto silencio) y bodas (los bautizos se libran de milagro y por razones obvias). Esta es una prohibición que resulta (al que escribe) insultante, injusta y estúpida.

Puedo llegar a entender que un perro o un gato no gustan a cualquiera. Vale. Pero un niño ya es otra cosa. No querer ocupar el mismo espacio que un bebé o que un chaval cualquiera me parece anómalo e imperdonable.

Supongo que los que prohíben la entrada de niños en sus locales quieren que sus clientes estén tranquilos, que disfruten de la experiencia que les ofrecen. Y se quitan a los niños de en medio. Y a las mascotas. Lo hacen como si los adultos fuésemos silenciosos, educados, empáticos y diéramos lustre al hotel o al restaurante. No sé, pero yo si quiero estar tranquilo de los que trato de escapar es de los adultos. Si alguien puede ser peligroso o molesto ese es un adulto. Además. Pagan el pato los niños y las mascotas cuando, en realidad, si gritan y corretean por la sala o ladran sin control, lo hacen por la dejadez del adulto que está a su cargo. Lo mires por donde lo mires, los adultos somos el problema y nunca la solución.

¿Por qué no son bien recibidos los niños, por ejemplo, en una boda? Pues no lo sé; supongo que tiene que ver con el glamour o cualquier otra chorrada. Da igual si el novio se pone hasta las trancas y termina desmayado sobre la tarta (eso es gracioso y se puede subir a redes sociales), da igual si la novia termina el baile a hombros de los amigos del novio (ya con la cabeza dentro de la tarta) haciendo el ridículo. Eso da igual; lo importante es que los niños no vayan por si rompen un vaso o juegan al escondite.

Por cierto, hablo de niños y mascotas, pero no deja de ser gracioso que, al mismo tiempo que se prohíbe la entrada de niños en algunos establecimientos, se tiende a permitir el acceso a las mascotas. Esto no se puede entender por más que se piense.

Los niños representan eso que nunca deberíamos dejar atrás, son la dulzura, la trasparencia, la alegría y la naturalidad; son puro amor, inocencia y ganas de vivir. Son mucho mejores que los adultos, sin duda. Las mascotas son reflejo de las personas con las que viven. Si un sujeto es tonto de remate, el perro será incómodo, agresivo o escandaloso. El perro que acompaña a una persona educada, equilibrada y respetuosa, lo es por extensión. Dan menos la paliza que los adultos, en general.

Si alguien ve en un bebé una molestia tiene un problema. Si alguien cree que un animal es prescindible o que no aporta nada a la sociedad, es que no ha entendido nada de lo que es este mundo. El llanto de un bebé es el llanto de todos nosotros. La mirada silenciosa de un perro o de un gato es el gesto que nos reconcilia con este mundo. Niños y animales nos obligan a plantar los pies en el suelo. Y un hotel o un restaurante en los que no pueden entrar los niños es un lugar en el que solo manda el negocio y en en el que se han olvidado de lo que somos.

Yo, desde luego, prefiero escuchar niños, jugar con ellos y reírme con su forma surrealista de ver la realidad. Ver mesas de dos que no son capaces de entablar una conversación me resulta mucho más triste.

G. Ramírez

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