¿Puede una mujer trans jugar al rugby contra otra mujer?
Hannah Mouncey, jugadora de rugby transexual |
Una mujer trans es, ni más ni menos, una mujer. Y aquí acaba
todo el discurso. Pero algunos se empeñan en generar falsos debates que
discriminan y embarran la situación. Y en rugby, ese barro debe quedar en la
cancha de juego.
La World Rugby prohíbe competir a las mujeres trans en las
competiciones internacionales de primer nivel. Así, como si no pasara nada del
otro mundo. Con impunidad, con todo el cuajo del universo.
Podría parecer que se abre un intenso debate en el mundo del
deporte sobre un asunto nuevo, pero eso es falso. El debate es el mismo de
siempre: ¿Esta la sociedad actual preparara para asumir la transexualidad con
naturalidad y dentro del ámbito de la tolerancia? ¿O seguimos arrastrando los
prejuicios de siempre respecto a los colectivos LGTBQ? ¿Se gestiona con cierta
decencia en el mundo del deporte todo lo que tiene que ver con el colectivo
LGTBQ? A la primera, no. A la segunda, sí. Y a la tercera, no. Ni una buena
contestación que llevarse a la boca.
El presidente de World Rugby en Bill Beaumont. Fue jugador,
un buen jugador. Ahora, parece muy interesado en que el rugby vuelva a sus
orígenes, en que los valores de este deporte queden a salvo. Y para ello carga
contra las mujeres trans. Todo parece indicar que alguno de esos valores tiene
que ver con la idea de pecado y homosexualidad que tanto arraigo tuvo en el
Reino Unido durante siglos; o con las prácticas represivas contra el colectivo.
World Rugby ha presentado un informe en el que se afirma que
‘la seguridad y la justicia no están garantizadas cuando las mujeres compiten
contra mujeres transgénero en rugby con contacto’ (es necesario aclarar que la
norma sirve para el rugby sin contacto). Por otra parte, el informe dice: ‘Es
conocido que los varones biológicos, en cuya pubertad y desarrollo influyen los
andrógenos como la testosterona, son entre un 25 y un 50 por ciento más fuertes
que las mujeres biológicas, un 30 por ciento más potentes, un 40 por ciento más
pesados y un 15 por ciento más rápidos’. (La norma tampoco afecta a las mujeres
trans que no llegaron a pasar la pubertad).
Lo que no dice ese informe es que existen documentos
científicos en los que se afirma que las mujeres trans llegan a perder un 30
por ciento del rendimiento al transicionar debido, fundamentalmente, a los
tratamientos hormonales. Lo que no dice el informe es que el rugby es un
deporte en el que el peso, la fuerza o el tamaño del jugador enriquece el
deporte puesto que la diversidad es seña de identidad; no dice que el rugby es
un deporte en el que manda el colectivo y no la individualidad. Ante la fuerza
bruta, el jugador utiliza la inteligencia, la velocidad, la explosión de sus
movimientos. Los aficionados al rugby están muy acostumbrados a ver en el campo
jugadores de todo tipo, de distintos pesos, más o menos rápidos. Y los
aficionados al rugby jamás hubieran entendido que no dejasen jugar a Jonah Lomu
(1,96 cm. de altura; 120 kilos de peso) por si pudiera hacer daño a sus rivales
o por jugar con ventaja dada su condición física extraordinaria. Hablar de
justicia o de seguridad en el rugby puede tener relación con muchas cosas
aunque en ningún caso con el género o el sexo de las personas. Eso es,
sencillamente, estúpido.
El debate, por tanto, se centra en si el mundo del deporte
y, en concreto, el rugby, es capaz de abrir las puertas a la modernidad. Y me
temo que, de momento, es no a todo.
Siempre he pensado que queremos parecer mucho más modernos
de lo que somos, mucho más tolerantes de lo estaríamos dispuestos a ser. Mucho
escaparate y poca verdad. Seguimos anclados a lo de siempre. Un gay es raro y
un trans ni te cuento. Esa es la verdad. Es injusto, debería darnos vergüenza,
pero es lo que hay. Y es una pena porque empequeñece al ser humano. La falta de
tolerancia ha sido la gran lacra del ser humano desde siempre. Y ahí sigue.
Intacta.
Nirek Sabal
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