Llega el verano: todos calvos, todos gordos
Llega el verano y, con él, el
ansia por gustar. Dietas de adelgazamiento, retoques en clínicas estéticas,
carreras por el parque a riesgo de quedarse en el sitio, y distintas
estrategias para llegar a la piscina o a la playa con unos gramos menos.
Queremos gustar. Eso está muy
bien. Pero ¿nos gustamos a nosotros mismos? Desde luego que no. Queremos que
nos quieran aunque no sabemos querernos a nosotros mismos. Por esto nos dejamos
operar, por eso dejamos de comer. Deseamos gustar y ser más queridos. Siempre
en busca del cariño que no encontramos en nuestro interior.
Pero sentirse mejor con el
aspecto físico es poca cosa si tienes la cabeza llena de autorechazo. Nos
gastamos cantidades indecentes en ropa que disimule ese michelín o esa barriga
flácida. Pero seguimos teniendo unos kilos de más. Vamos echando parches a
nuestro aspecto con la excusa de agradarnos si miramos un espejo y así ser más
felices. Pero terminamos en el punto de partida. No nos gustamos. Somos
infelices.
Me gustan las mujeres y los
hombres que no ocultan fotografías en las que aparecen hechos unos zorros. Me
gustan las mujeres y los hombres que asumen la edad como algo estupendo y no
como el fin del mundo. Me gustan las mujeres y los hombres que presumen del
cuerpo que tienen sea cual sea. A esas no les hace falta prótesis de ningún
tipo porque tienen la cabeza en su sitio.
Me produce cierto estupor ver
cómo, después de una operación, un tipo al que conozco hace años se ha
convertido en un muñeco de cartón piedra. Me gustan los que tengo alrededor
sólo hasta que se dejan la cara estirada de forma artificial o aparecen con
tres tallas más de sujetador.
Ya sé que hay gente con
verdaderos problemas. Y ya sé que muchos de esos problemas pueden estar
motivados por el aspecto físico. Pero, finalmente, a cualquiera de nosotros lo
que nos tienen que enseñar es otra cosa. A querernos tal y como somos, a buscar
dentro y no fuera. Cuando alguien se enamora de sí mismo, tarde o temprano, es
amado por otro. Y quedará prendado de sus arrugas, de su pecho e incluso de la
calva o la barriga.
G. Ramírez
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