Bombas, cuchillas y la tierra de todos
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No se puede mirar la fotografía
en la que aparece un niño ensangrentado después de un ataque de la artillería y
quedarse impertérrito. No se puede traducir la imagen del terror a una idea política
ni se puede justificar un niño muerto con nada de este mundo. Nada puede
rebajar el horror de la guerra. Da igual quién comenzó a disparar. Los niños no
entienden de guerras; solo las sufren. Justificar salvajada tras salvajada nos convierte
en salvajes. Vengan de donde vengan. Y no soy equidistante: me repugna la
violencia, me repugna el ‘ojo por ojo’, me repugna la justificación barata.
No se puede saber que en un país
como Gambia se plantean despenalizar la ablación y quedar impávidos. Miles de
crías pasarían por un calvario impuesto por un parlamento lleno de hombres
cegados por lo ancestral; no nos podemos poner de perfil ante situaciones de
injusticia tan brutales y dormir a pierna suelta. La ablación de una niña
debería ser el dolor de todos.
No se puede mirar a un inmigrante
como si de un monstruo peligroso se tratase. Alguien que ha cruzado un buen
puñado de millas dentro de una patera, que ha perdido compañeros, a sus
familias, que ha dejado atrás su vida pensando en que el futuro está un poco
más allá de una muerte que acecha, merece que le miremos con admiración,
simpatía y casi devoción. ¿Usted estaría dispuesto a cruzar el estrecho
jugándose la vida? Claro que no, porque usted tiene una vida más o menos
sencilla, acomodada. Ya sé que los problemas están sobre la mesa y que en todos
los sitios cuecen habas, pero en otros las mesas están vacías y cuecen piedras hasta
que los niños que esperan la cena se duermen por cansancio. Por cierto, usted que
dice que los inmigrantes vienen a quitar el trabajo a nuestros hijos, ¿quiere
que su hijo recoja ajos esta temporada que viene o prefiere que siga estudiando?
Entonces ¿quién cree usted que va a recoger esos ajos?
No se pueden reír las gracias de un hombre o de una mujer que no tiene en cuenta la cara b de la realidad. Los pobres están, la injusticia está, el dolor está, el miedo está, las tragedias están… Y no son invenciones de unos listillos que quieren paguitas, ni excusas para no trabajar. Hay que ser mezquino y cruel para jugar con estas cosas. Un verdadero sociópata.
No podemos dar la espalda a los
pobres, a los que sufren violencia, a los que se tienen que jugar la vida para
encontrar una razón por la que seguir en este mundo. No podemos jugar a esta
tierra es mía. Y los católicos (que en España son muchos y se dejan ver en
manifestaciones con banderas convertidas en capas) deben asumir de una vez por
todas que Dios no entiende de papeles, que Dios no sabe de fronteras.
Estamos obligados a construir un
mundo mejor en el que todos tengamos un espacio y cierto protagonismo. Vamos a
dejarnos de tanto meme en redes sociales y tanto seguir a hombres y mujeres que
solo quieren un voto de nosotros. Inundemos esas redes sociales de mensajes
solidarios y votemos a los que buscan el bien común. Ya sé que es difícil, pero
si no empezamos por hacer lo que podemos cada uno de nosotros jamás lograremos
dar un paso al frente.
G. Ramírez
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