La bala de Dios y Santiago Abascal
El intento de asesinato de Donald
Trump va a dejar una estela de influencia nuclear que será difícil de contener
y de gestionar. El mundo se ordena alrededor de las redes sociales y eso es tan
peligroso como inasible. De Estados Unidos a Rusia, de Ciudad del Cabo a Anchorage
la conmoción ha sido brutal y las reacciones tan diversas como repugnantes, tan
profundas como disparatadas.
Donald Trump tiene claras
posibilidades de ser el próximo presidente de los Estados Unidos de América;
puede ganar con claridad las próximas elecciones presidenciales; y esas posibilidades
son muchas más que las que atesoraba hace tres días. Las imágenes del tiroteo
en el que estuvo a punto de perder la vida se han convertido en un icono de
forma instantánea (la sociedad actual vive de eso, de lo instantáneo, y este es
el ejemplo de cómo la actualidad se devora a sí misma en cuestión de segundos).
La fortaleza de una imagen del candidato sangrando abundantemente y levantando el
puño para llamar a la lucha a sus seguidores, la imagen exacta viajando a la
velocidad de la luz por todo el planeta, es de una potencia y eficacia que no
puede contenerse de ninguna de las maneras imaginables hasta hace unos años. A
esto hay que sumar una polarización que se acentúa por segundos (la quiebra
social en Estados Unidos es evidente); a esto hay que sumar la posibilidad de
(en caso de derrota) teorías conspiratorias que hablarán de manos negras dentro
del actual Gobierno de USA; a esto hay que sumar esa versión de Trump
convertido en mesías actual, en la que la religión le soporta como si fuera un
verdadero emisario de un dios difuso que necesita de carnaza para seguir
existiendo en una sociedad más laica que nunca aunque tan puritana que da
miedo. La ecuación formada por Trump, la verdad absoluta como tesoro personal
del candidato, Dios que todo lo ve, la debilidad de un hombre que trata de
sobrevivir a sí mismo (Joe Biden) y un disparo fallido, da como resultado una
aplastante derrota del candidato demócrata. En pocos meses, veremos a Trump
ocupando el despacho oval de la Casa Blanca. No tengo la más mínima duda. El
joven de veinte años, Thomas Matthew Crooks, víctima de acoso en el instituto,
solitario y perturbado, sin saberlo, ha convertido en un auténtico desastre la
carrera presidencial de Biden.
Ahora bien, no hay una sola
evidencia de la proximidad al partido demócrata de este joven abatido por los
servicios secretos americanos, no hay una sola evidencia de nada salvo de cómo
un joven estúpido puede perder la vida para sentirse importante durante un instante.
Crooks, sin saberlo, caerá en el olvido habiendo convertido en líder mesiánico
a un hombre que ha demostrado ser peligroso a más no poder. Con el disparo que
alcanzó la oreja de Trump, Crooks ha logrado liquidar las causas pendientes con
la Justicia de Trump, ha dinamitado todas las miserias del candidato y
cualquier asunto de dudosa moralidad que pueda protagonizar este sujeto de
ahora en adelante. Ha nacido un líder arrebatador y divino. La bala de Dios
envuelve a Trump.
Por si todo esto era poco, desde
muchos lugares del mundo llegan aportaciones entre chusqueras y patéticas que
no ayudan demasiado a que las cosas vayan a mejor. El intento de asesinato de
Trump es en sí mismo algo peligroso y deleznable aunque se está convirtiendo en
un lodazal en el que los líderes políticos menores y ridículos de algunos
países se rebozan para afianzar sus ideas insensatas y sin cimentar.
Los rusos culpan a Biden de
organizar todo para que el candidato muera a causa de un disparo (y esto
afianza la idea ‘conspiranoide’ que habla de un complot contra Trump desde el
corazón del Estado. Imaginen que Biden gana las elecciones. ¿Cuánto tardarían
en alzarse las voces pidiendo justicia ante una clara manipulación electoral?
¿Se reconocería esa victoria o todo acabaría en un conflicto armado civil?). Los
rusos afirman, también, que Biden ha negado un mejor y mayor servicio de seguridad
a su rival político. Los rusos a lo suyo y Putin frotándose las manos al pensar
en Trump repartiendo leña entre los integrantes de la OTAN que no gastan el 2
por ciento de su PIB en defensa.
Los chinos diciendo lo menos
posible para salvaguardar sus intereses económicos aunque en estado de alerta
por si tienen que poner el mundo patas arriba moviendo ficha con la enorme
capacidad que tienen para poner, por ejemplo, la deuda de países extranjeros a
los pies de los caballos ya que son poseedores de ella.
Y los más insignificantes, irrelevantes y patéticos se lanzan a decir bobadas y más bobadas. Milei, por ejemplo, ha vomitado su discurso y se ha quedado tan ancho. Busquen en su cuenta de redes sociales.
Pero lo de Abascal es lo que nos
interesa porque la política cañí es lo que tenemos más cerca y más nos puede
afectar de forma inmediata. Esto publicó Santiago Abascal en redes sociales: ‘Gracias
a Dios @realDonaldTrump ha sobrevivido al intento de asesinato. Hay que detener
a la izquierda globalista que está sembrado el odio, la ruina y la guerra. Lo
terrible es que en España gobierna la peor versión de esta izquierda y ahora
mismo estarán lamentando intimamente que el asesino haya fallado’. Es copia
textual. Si falta alguna tilde es cosa del autor. Pues bien, Abascal, entre otros,
se lanzó a publicar este mensaje en el que se habla de ‘izquierda globalista’
sin saber quién era el tirador, qué motivaciones podría tener. Abascal, de
paso, parece poder imaginar a Pedro Sánchez acariciando un gato (de ETA, claro)
sobre la piernas mientras ríe a carcajadas pensando en Trump sin oreja aunque
sediento de más sangre, dejando entrever que en España la política criminal del
Presidente del Gobierno es una evidencia… Y todo eso, damas y caballeros, es
una vergüenza que no deberíamos consentir a nadie que quiere dedicarse a la
política en España; porque es venenoso y un peligro para la convivencia en paz
de un pueblo entero. La violencia de ese discurso y el odio que se desprende de
sus palabras son indignos de un líder político aunque sea de uno tan ramplón
como este. Y una pena. Pero ahí sigue, campando a sus anchas y haciendo de su
capa un sayo.
Estamos metidos en un lío y nadie
quiere darse cuenta de ello. Estamos a un dorito de asistir a un desastre
monumental que pudiera llevarnos a vivir conflictos de alcance inimaginable. La
comodidad de nuestro sillón de oreja nos impide reaccionar ante lo que sucede.
Y eso es malo, fatal.
G. Ramírez
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