Lo fatal de una actitud y una cara de pedo
Imaginen que un buen día se
encuentran con un texto que dice lo siguiente: ‘Estoy hasta los huevos de todos
esos gilipollas que dicen que tienen un carácter muy fuerte para justificar que
se pasan de la raya, hablan como déspotas e insultan si les va bien. Estoy
hasta los huevos de escuchar decir a los que dicen que son muy claros al hablar
justo antes de ser maleducados. No estoy dispuesto, me he hecho mayor, a aguantar tanta
basura de la gente que va por la vida con cara de pedo y que quiere que,
además, se le perdone cualquier mierda que suelte por la boca’. Imaginen que leen esta
bazofia y, a continuación, el autor le sorprende añadiendo que no sabía decir esto de
otra forma y que lamenta mucho los tacos y la forma zafia de expresarse, pero
que lo importante es que ha quedado clara su opinión. Por supuesto, la gran
mayoría de lectores pensaría que ese juntaletras se podría haber ahorrado tanto vómito
y que su opinión interesa lo justo. En fin, el texto no podría justificarse de
ninguna forma y pasaría a ser irrelevante inmediatamente después de ser
escrito. Un texto tan espantoso tiene el mismo sentido que ser un ser
despreciable, presumir de ello, y creer que es lo más maravilloso del universo; es decir, ninguno.
Y digo todo esto porque existe un nutrido grupo de
personas (cada vez más numeroso) que van por la vida presumiendo de tener un carácter
desagradable, de manejar un ‘pronto’ insoportable, de mostrar unas formas cercanas al insulto que
solo moderan si les da la gana. Es un grupo de personas, evidentemente, bastante
insoportable y que hacen infelices a los que les rodean.
Resulta curioso que los que forman esta caterva presuman de ser intratables. Del mismo modo que los que no leen o los que no pisan un museo presumen de ser unos tarugos y son aplaudidos por algunos que también lo son (con la ‘gracieta’ han conseguido que la mediocridad se instale en zonas muy amplias de la sociedad y el poder que pueden ejercer comienza a ser más que preocupante), todos aquellos que sueltan frescas a diestro y siniestro, o que hablan mal a otros que no son capaces de reaccionar ante tanta mala baba, tratan de normalizar el trato vejatorio, la falta de tacto o el daño gratuito. Y eso no es normal. Tampoco lo es que alguien avise de ser muy claro cuando quiere decir que te va a insultar en nombre de 'su verdad'. Nada de esto es de recibo. Y lo de pedir perdón cada diez minuto apesta a mentira (mejor no meter la pata ¿no?).
Ser un bobo grosero es una desgracia
para el propio sujeto que alardea de ser un imbécil y una desgracia mucho mayor
para el que lo sufre. Ser inculto no mola nada de nada. Ser un mediocre es un
lujo que pocos se pueden permitir (los que tienen mucho dinero heredado es la vía más rápida) y de lo que nadie debería poder alardear.
Pase lo que pase en redes sociales y digan lo que digan todos esos que llenan
internet de vídeos peinándose o pintándose las uñas mientras nos cuentan lo
necesario que es aguantar a gente de mal carácter; pase lo que pase, un idiota
es un idiota. Se acabó el debate.
G. Ramírez
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