Fracaso en Mercadona o la constatación de mi realidad

Pues he fracasado en Mercadona. Ni piña del revés, ni siete de la tarde, ni esperar entre botellas de vino peleón, ni nada de nada. Lo único que he hecho ha sido gastarme una pasta en productos que no tenía pensado comprar y que tienen un precio entre absurdo e insultante.

Por no mentir, sí me han lanzado su carro -con cierta suavidad- un par de ancianas que debían rondar los cien años. Como no me he dado por enterado me han insultado con gran cordialidad mientras buscaban con la mirada a su próxima pieza.

Con toda esta juerga de los carritos y las piñas, lo cierto es que Mercadona se ha convertido en un set de grabación en el que personas de diversas edades se lanzan a por piñas (que devuelven más tarde en estado lamentable) para grabar un vídeo y hacer fotografías que suben a la red buscando un puñadito de ‘likes’. El mundo es una enorme mina de ‘likes’ que se explota a diario por millones de seres humanos que van a la deriva. He contado cerca de veinte personas haciendo el imbécil con su piña y su carro de la compra.

Los empleados de Mercadona (al menos los de la tienda que está cerca de casa) son los que están pagando el pato y los que terminan hasta las narices cada tarde. Piñas abandonadas en lineales imposibles, carritos abandonados abarrotados de productos que hay que recolocar, risas abandonadas porque eran falsas y son de las que no sirven ni para recordar, carreras y un insoportable trasiego de aspirantes a ‘influencer’.

¿Ha logrado ligar alguien mientras las ancianas me lanzaban su carro y me guiñaban el ojo? Sí, lo he visto con mis propios ojos (la cosa va de ojos). Una mujer (a decir verdad era la única que andaba por allí comprando tranquilamente) que había elegido una piña con mimo, se ha visto abordada por diez o doce sujetos que trataban de chocar sus carritos contra el de la mujer que, estupefacta, ha comenzado a gritar con histeria. La cosa se ha resuelto con una llamada a la policía local que se ha presentado en el establecimiento para poner orden. La mujer señalaba a unos y otros mientras unos y otros ponían cara de estar ligando tranquilamente en el Mercadona, cosa que no es delito ni nada.

En fin, este mundo que estamos construyendo es tan estúpido y tan vacío que da pereza levantarse cada mañana. Algo divertido se convierte en un conflicto a los quince minutos; algo original pasa a estar manoseado a los quince minutos.

El caso es que no hay mal que por bien no venga y, gracias a esta chorrada, he aprendido en un rato que tengo todo el pescado vendido y que puedo aspirar a poca cosa. Algo es algo.

G. Ramírez

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