Las cloacas del amor
Como todo el mundo sabe, creer que alguien te ama es un acto de fe en sí mismo. Por otra parte, intuir que no le importas un comino a tu pareja es muy fácil y la desdicha de no ser amado se descubre en muy poco tiempo. Por eso, lo mejor es creer que sí, que beben los mares por ti (acto de fe tan idiota como efectivo). Indagar más de la cuenta lleva a la verdad o a sus fronteras y las cosas del amor casan mal con las verdades absolutas. ¿Acaso se puede saber, a ciencia cierta, si alguien te ama? ¿Sirve de algo saberlo? ¿Debemos amar sin tener en cuenta qué está pasando al otro lado? ¿Lo que entiendo por amor coincide con la idea que tiene él o ella de eso mismo? ¿Cuándo ya no hay amor el mundo se acaba o es cosa de mi imaginación? Todo este lío ha traído de cabeza al ser humano desde que pisamos el planeta Tierra. Lo curioso es que cuando alguien se formula estas preguntas no es cuando se enamora, no, lo hace cuando se ve acorralado, cuando cree que la vida se ha convertido en una especie de basurero del que nadie puede escapar con un mínimo de dignidad, porque no se siente amado o porque ya no quiere amar. No hay amor y ya no hay nada más que merezca la pena.
Y lo que pasa muchas veces y
provoca un desastre monumental, es que no somos capaces de entender que nadie,
nunca, se ha enamorado de otra persona. Han leído bien: nunca nadie se ha
enamorado de otra persona. Lo hacemos de la idea que nos fabricamos del otro,
de eso que queremos tener al lado. Y un día te levantas miras y descubres (con
horror) que esa persona no existe. Y te quieres separar, quieres salir pitando.
Y vacías esa mochila llena de reproches, de despojos que acumulamos en nombre
de un amor mal entendido, que hemos atesorado para poder justificar nuestra
ceguera y nuestra idiotez manifiesta. Toda esta porquería se vuelca sobre la
pareja, claro, sobre el que era tu amor unos días antes. Si me dijiste algo yo
te lo digo multiplicado por diez, suele ser la agarradera más útil. De rositas
no se marcha ni dios cuando se trata del amor.
Las palabras gruesas, esas que no
podemos explicar con exactitud aunque lo intentemos una y otra vez, esas que
significan tanto que al pronunciarlas creemos decir algo cuando, en realidad,
no sabemos apenas nada sobre lo que representan (sólo las sentimos y eso está
enfrente del intelecto), esas palabras gruesas son las que nos hacen la vida difícil.
Amor, es una de ellas.
Amar es complicado, ser amado y
saber que lo eres casi imposible. Y es que, finalmente, todo es la misma cosa
(o casi). Se trata de creer en uno mismo. De quererse para poder amar. De tener
valor y plantarse ante el espejo sin la intención de culpar al otro de lo mal
que te van las cosas. Amar es entender y entenderse. Y vaciar la mochila sin
sepultar con su contenido al otro. Y eso.
G. Ramírez
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